El apego religioso en objetos de Balaguer

El apego religioso en objetos de Balaguer

El ex Presidente Joaquín Balaguer sentía predilección, fascinación o curiosidad por la vida de los papas y el gobierno del Vaticano.

Pero al parecer le atraían también los santos y todas las religiones y filosofías, incluida la del reverendo Sun Myung Moon a quien supuestamente envió Dios como Su mensajero para resolver “las cuestiones fundamentales de la vida y del universo”.

Al recorrer la biblioteca que donó a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, da la impresión de que  era místico, monje, pío, aunque probablemente el ser humano no le inspiraba amor o confianza.

Por coincidencia o por una creencia personal, en uno de los tomos de “Jornada de Paz” que acumuló desde 1969 hasta 1971, se encuentra un separador y en la página se lee: “No, el Hombre no es mi hermano, esto sería tergiversar el pensamiento de Pablo VI, de dar un sentido triunfalista a la afirmación: “Cada hombre es mi hermano”.

Presentar esta enunciación como una realidad, sería una mentira, un mito, un escándalo…”.

El gobernante atesoraba, además, un Misal Romano Cotidiano con las Vísperas y Completas Dominicales y Devocionario. Es un ejemplar precioso, ilustrado magistralmente a color.

Otro libro del que poseía más de una edición, desde la original, es “El conflicto de los siglos” que tanto ha divulgado la Iglesia Adventista. El más antiguo es de 1925 y después sumó “Seguridad y paz en el conflicto de los siglos” y “El conflicto de los siglos durante la Era Cristiana”, por Elena G. De White.

En uno de ellos, traducido a idiomas y dialectos múltiples, se afirma:  “Este libro no se publica para enseñarnos que hay maldad, desgracia y miseria en este mundo.

Harto lo sabemos…” Asegura que contiene revelaciones asombrosas y presenta “la única solución que puede traer la paz al alma”.  De esta denominación Balaguer poseía además “Las bellas historias de la Biblia”, por Arturo S. Maxuel (ocho tomos); “hacia una vida mejor”, por Fernando Chaig, “El deseado de todas las gentes”, por Elena G. De White. Papas y santos. 

¿Cuáles eran las virtudes o prédicas del cardenal Sancha, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís, San Agustín que tanto confortaban el espíritu balagueriano?

De estas tres figurascoleccionó diversas biografías y escritos, algunos atribuidos a ellos, otros publicados por autores diferentes.  Se cuenta entre estos “Monseñor Sancha Hervas 1833-1909”, por Francisco Moreno Chicharro; “El Cardenal Sancha, Arzobispo de Toledo”, por Isidoro García Herrera; “San Agustín”, por Giovanni Papini; “Confesiones de San Agustín, padre y doctor de la Iglesia (1958); “San Francisco de Asís”, por Emilio Pardo Bazán ( dos tomos).

 Acopió además.  “San Ignacio de Loyola”, por Pablo Dudon, SJ (1943); “El Beato Padre Antonio María Claret, historia documentada de su vida y empresas”, por el R.P. Cristóbal Fernández, CMF (dos volúmenes), Madrid, 1941;  “Santo Tomás de Aquino”, por G. K. Chesterton; “Vida de Santo Domingo de Silos y Vida de Sancta Oria, Virgen”, por Gonzalo de Berceo”; “Juana de Arco y la Francia de su tiempo”, por Marcelin  Defourmeaud.

Conservó distintos volúmenes sobre Pablo VI su pontificado, sus viajes y visitas y “Biografía y escritos de San Vicente Ferrer”.

También una publicación de la “Hermandad del Espíritu Santo para unificación del Mundo”, denominada “Principio Divino”; “Filosofía de la religión”, por Ismael Quiles, SJ; “Personajes de la Inquisición”, por William Thomas Walsh (1946); “Política de Vittoria”,  por Antonio Gómez Robledo (1940); “Le Breviaire Germani”; “The Vatican Empire”, por Nino Lo Bello.

“La vida de Mahoma” se añade a la rica biblioteca de Joaquín Balaguer así como “El Concilio de Trento” y “Pedro González de Mendoza”.

La más impresionante colección de este acervo consta de 37 tomos que ocupan un amplio espacio en los estantes: “Historia de los Papas, En la Época del Renacimiento hasta la elección de Pío XII”, por Ludovico Pastor, Buenos Aires (1948).

Tal vez pronunció muchos panegíricos, rezaba por sus fieles difuntos o probablemente sentía curiosidad por los misterios de la muerte, pero un ejemplar muy manoseado, aunque data de fecha tan lejana como 1928, fue el que escribió monseñor Rafael María Carrasquilla y que también fue parte de la colección religiosa de Joaquín Balaguer: “Oraciones fúnebres”.

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