Los niños buscan la protección y cuidado de los padres o tutores ante peligros o amenazas, por ende, necesitan cuidadores atentos y sensibles que respondan adecuadamente a sus necesidades. Un cuidado correcto garantiza el sano desarrollo en los infantes. Los apegos establecidos en la infancia condicionan nuestros contactos afectivos y nuestras relaciones de adultos.
Desde el nacimiento aparece instintivamente el apego a la persona que se identifica como la protectora, la proveedora de afecto y cuidado. Los bebés son proclives a buscar proximidad y contacto hacia un cuidador específico en momentos de angustia y enfermedad; este apego les ayuda a regular sus emociones negativas en momento de estrés.
Existen dos tipos de apego básicos, uno seguro y otro inseguro.
El apego seguro se da cuando los cuidadores responden a las necesidades y demandas del menor, incluyendo los limites necesarios para garantizar su seguridad. En este tipo de apego el niño internaliza las reglas del ambiente de una manera eficaz, renunciando a sus propios impulsos y cediendo a los límites previamente establecidos. Posteriormente llega la comprensión cognitiva y el cumplimiento voluntario de las reglas establecidas.
Cuando el niño experimenta el apego positivo crece en un ambiente de amor y confianza en sí mismo, esto le garantiza una personalidad estable y positiva, así como un manejo asertivo de sus relaciones.
Por el contrario, el apego inseguro se desarrolla cuando el padre o tutor responde con carencias en el cuidado del niño, el mismo presenta altos niveles de ambivalencia. Este tipo de apego puede estar marcado por la ansiedad, que a su vez se refleja mediante un estado de angustia y de inseguridad por parte del menor.
El infante con apego inseguro presenta temores a sufrir algún daño, angustia anticipatoria, pesadillas y otros síntomas. Generalmente estos niños suelen tener inhibiciones al momento de explorar, así como negativas con relación a realizar actividades en autonomía. No es extraño que los niños que sufren este tipo de apego presenten temor a alejarse de su figura de apego, así como miedo a ser abandonados.
En estos casos, de apego negativo los niños experimentan emociones intensas de distintas naturalezas frente la misma figura de apego, pueden expresar amor desmedido hacia los padres en un momento, y acto seguido pueden manifestar estallidos de ira contra éstos mismos. También suelen tener poca tolerancia ante la frustración, así como juzgar continuamente las actitudes y conductas de sus cuidadores.
Los niños inseguros, carecen de las herramientas necesarias para hacer frente a la separación de la figura de apego, construyen un patrón de duda en la relación y se les dificultad sentirse confiados, demandando aprobación constante y una reafirmación de amor.
En casos donde la inseguridad del apego a calado de manera clínicamente significativa en la vida de los niños, la angustia se generaliza, afectando las relaciones con sus semejantes. En estos casos los niños pueden percibirse como personas hostiles, debido a clara tendencia al aislamiento y al desinterés social.
La conducta de los padres ante las necesidades de los niños y el modelo de socialización de la familia, determinarán el tipo de apego que estos establecerá., Si el padre es inconstante o manifiesta incoherencia en la conducta puede generar un apego inseguro en el niño. Las inconsistencias antes citadas crean inseguridad en la relación del menor, las cuales se reflejan en la condescendencia extrema y la exigencia severa, así como en manifestaciones exageradas de afecto y sobreprotección, alternados con actitudes apáticas.
Antes del primer año de vida, los niños reconocen a las personas con quienes han construido un apego seguro, matizando un esfuerzo por mantener el vínculo establecido, el cual se activa con mayor énfasis ante el peligro, la inseguridad y el miedo.
Para entender el apego y su evolución a lo largo del ciclo de la vida hay que verlo como parte de un sistema intrafamiliar básico, dentro del cual resolvemos nuestros problemas de seguridad emocional, vínculos afectivo y contacto con los demás.
En la primera infancia las figuras de apego tienden a ser los padres, abuelos, hermanos y otros familiares. En la adolescencia los padres pueden ser figuras de apego, pero se priorizan los amigos o la pareja.
El apego establecido con los padres en la primera infancia sigue siendo vínculo de refe-rencia, de manera consiente o inconsciente.
En la edad adulta, el cónyuge o pareja estable se convierte en la figura de apego de mayor privilegio, este último apego tiene características muy distintas, aunque sus funciones sean esencialmente las mismas que en la infancia.
Cuando desarrollamos un apego seguro somos amigables, confiados, gozamos de buena autoestima; actuamos con autonomía, sin despreciar la necesidad que tenemos de vincularnos con los demás, por tanto, también somos sociables, comunicativos, expresivos y adaptables. La Autora es psicóloga y educadora, directora y fundadora de Montessori Learning Center. Twiter @MLC_Schoolrd Instagram: @Virginiapardilla279.