El apodo que nos recrea

El apodo que nos recrea

Recibí hace largas semanas una comunicación de un magnífico amigo, estaba firmada, antes del desarrollo del texto, como si fuera a incluirse en las páginas de un periódico. ¿La firma?: José R. García Pascal:

“Querido Lalo: Así te llamo porque entre amigos, el apodo pasa a ser el nombre; Rafael González Tirado, en este caso, pasa a ser el apodo”.

Por mi parte, me sentí bien. Desde siempre he tenido a honra mi apodo, que aunque dicen que Lalo es derivación, en este tema, del nombre Eulalio y pueden tener razón. Pero lo he visto, en literatura de muchos países como relativo o que proviene de Eduardo. En nuestra familia abunda este nombre y derivaciones dirigidas y acomodadas en Lalo; Eduardo Lirio, padre e hijo mayor, en Santiago.

No me provoca la menor inquietud que me llamen por el apodo: Muy pocas veces he girado o he mirado hacia el sitio de donde pueda sonar el llamado de Rafael. Jamás deduzco ni pretendo que me están llamando.

El primer nombre de pila: Rafael, fue un reconocimiento o compromiso de mi padre para uno de sus mejores amigos: Rafael E. Brunet, empleado de la ferretería La Artística, radicada en la Avenida Mella, cerca del Micine, polular por la proyección de películas de acción. La Artística también tuvo un local en la José Martí esquina Benito González.

Brunet, el doctor Manuel Robiou, médico militar, director del hospital Marión, cuñado de Trujillo, y mi padre, Nando Gonzáles eran fanáticos de la cacería, y solían peinar el país por todos los puntos que, por temporadas las aves emigraban hacia la Isla.

Nando González tuvo que hacerse una operación del brazo izquierdo y fue a Puerto Rico, principios de la década de los años cuarenta. Lo acompañó Elías Stefan. Don Elías fue uno de los cazadores desde niño, con tirapiedras, unido a mi padre.

Cuando mi padre regresó de la intervención quirúrgica me daba “lata”, porque para aquellos días, por doquier, en Puerto Rico, había muchos letreros con Lalo como protagonista. Solo recuerdo el de: “Por aquí pasó Lalo”, que me refirió mi padre.

Tenemos montones de apodos y diminutivos.

En fin, mi apodo nace del señor Eduardo Tirado Curtís, mayagüesano, abuelo materno, que con otros familiares se establecieron en el municipio de San Carlos, hoy sector integrado al Distrito Nacional. No conocí al abuelo.

Murió en el año 1932. Con todo, al subir en edad, cada vez que me preguntaban por qué me pusieron Rafael, yo daba la información, para que no se confundieran con la inclinación de la época.

En un viaje a Guatemala, en fila para abordar el regreso al país, alguien llamó: “Lalo”.

Giré para ver de quién se trataba y vi una cara bien criolla y supe que lo conocía, pero no lo ubicaba. Abandoné la fila y fui a saludarlo por su cortesía.

Me recordó que había sido mi alumno en la escuela normal de varones. Siempre estoy atento a la voz de “Lalo”.

Como la altura me afecta mucho, fui recitando, para mí, a lo largo del trayecto: “El nombre que nos crea” de Luis Rosales:

“A ti quisiera yo ponerte nombre. / Te pondría un nombre de ciudad, / un nombre de país / donde no se hablase lengua alguna…. /.

A ti, que eres mi tiempo junto / y mi alegría/. A ti quiero decirte / una palabra sola: / nacer, ese es tu nombre».

¿Cuál es el nombre? ¿Cuál es el apodo? ¡Quién sabe, señor!

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