El aquí y el ahora ciudadano

El aquí y el ahora ciudadano

¿Cuándo aprenderemos los ciudadanos a no delegar en el aquí y el ahora? Aquí la política ha sido una guerra, espacio donde hay que destruir o desacreditar al contrincante y que la nación espere, sin ciudadanos. Así hemos vivido desde Duarte para acá, inconsistentes, balbucientes. No es de extrañar, pues, que el espíritu humano sea más lento que el deseo individual, que pasado y presente vivan en rezago. Que llevemos la violencia en el corazón, que el autoritarismo sea una fuerza de freno, una fuerza de inercia del aquí y del ahora. Que nos hayamos habituado a la violencia, a las prórrogas, en el espacio y en el tiempo, a llegar tarde donde para el ciudadano nunca pasa nada. Que vivamos delegando en terceros, creyendo que la vida nos transforma: en realidad lo que hace es desgastarnos y lo que se desgasta en nosotros son las cosas aprendidas. Es nuestra forma común de conocer y vivir: a retazos, a empujones, esperando soluciones desde arriba, con cero autonomía desde abajo. El aquí y el ahora ciudadano tiene todavía la realidad atroz de una pesadilla. Nuestra grandeza ciudadana ha consistido en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla. Transfigurarnos así sea por un instante de esa realidad disforme por medio de la creación. La política, lo reitero, ha tenido como base la violencia y el peculado, el silencio reiterado de las páginas en blanco, el más sepulcral de los silencios. El aquí y el ahora ciudadano va siempre acompañado de esos silencios sepulcrales. Aquí el ciudadano calla, vive del temor, basculado por el miedo, delegando… El nuevo presidente Hipólito Mejía, había recordado «que el 99,9% de los políticos son corruptos, que saldrá del solio presidencial con las manos limpias de sangre y de peculado»… Pues que se cuide de los políticos, no de los ciudadanos. Esas palabras demuestran que hay todavía supervivientes de un mundo más razonable que el que se ha vivido tradicionalmente. Los dominicanos, somos una nación en que la locura y la melancolía alternan de siglo en siglo como los ojos negros y los ojos azules. ¿Sólo los dominicanos? ¿Acaso los europeos, los asiáticos, los africanos son distintos? Si delegan en terceros y no comparten el poder somos iguales. Admito que el que delega tiene que esperar, se le embota el sentido crítico, se juega un billete que casi siempre sale pelado. De manera que la mejor fórmula ciudadana es la de asumir directamente, desterrando la violencia y el peculado desde la familia, la escuela, la empresa o el Estado. Quién delega deja de asumirse. No es él, es el otro, el tercero, un cheque en blanco, una incógnita. Y las incógnitas no hablan ni actúan. Sin embargo ahí está el sacerdote Luis Quinn, haciendo maravillas con sus campesinos de la cooperativa Santa Cruz, señalando el mejor camino posible: trabajar, compartir, responsabilizar, resolver directamente, sin intermediarios, lejos de la corrupción y del peculado.

Desde que Ovando consideró en el siglo XVI, que para impedir la competencia con otras naciones europeas, era preferible destruir la economía hatera más próspera del Caribe, se estableció el concepto de tierra arrasada en el aquí y el ahora. Recordemos las iniquidades de Santana al fusilar y diezmar las familias de los padres de la Patria y de los trinitarios en el aquí y el ahora. El peculado y los fusilamientos de Báez y Lilís, la violencia terrorista de Trujillo, los doce años del Dr. Balaguer, la rendición al Poder por parte de los intelectuales, convertidos en cortesanos en todo el siglo XX. Con todo el respeto, en R.D. la soberanía popular nunca ha existido: el ciudadano ha delegado cuando lo dejan delegar, vota cuando puede votar libremente, resignado. Es libre un solo día cada cuatro años, cuando vota. Después de ese día, «el Poder es para ejercerlo». Es el huevo autocrático. Su criatura, la política: hay que destruir al contrincante. Así el poder ciudadano no pinta nada. Es distinto para el que lo ejerce, para el que lo sufre y para el que lo contempla. Por eso el ciudadano, que es la mayoría de la población, ha sido educado en la violencia, no es la paz. Aquí nunca, en estas condiciones, podrá existir un Mahatma Gandi. El quid de la política criolla, que ocupa un espacio gigantesco, consistiría en el aquí y el ahora, en no delegar, en compartir el poder con los ciudadanos. En la familia, en la escuela, en la empresa, en el Estado. En educar de otra forma. Nuestro nuevo presidente me ha conmovido profundamente con estas palabras: «Juro que saldré limpio de sangre y de peculado». Sería uno de los pocos en los últimos 500 años. Sería una excepción de la regla. Ojalá. Pero para que sus palabras no se pierdan en el viento, le sugiero que desde el poder, en su gobierno, sea distinto: que eduque, descentralice, planifique y presupueste por provincias, redistribuya los ingresos a los más pobres, despolitice los ayuntamientos, cree polos de desarrollo provinciales y planes de largo plazo para cada provincia. Y que sobre todo comparta el poder con los ciudadanos. Que lo que va, viene.

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