En marzo del pasado año perdimos a un artista y un ser humano excepcional. Quienes conocieron a Cándido Bidó lo recuerdan con infinito cariño y agradecimiento por todo lo que hizo en arte y por el arte. Entre las facetas de su inmenso talento, estuvo la ilustración de un libro infantil, El árbol de los pájaros, y la hermosura de sus imágenes ganó un premio internacional sin par en nuestra historia.
Hoy, cuando se atribuye una mayor importancia a la literatura para los niños y de cara a la Feria del Libro, que va a celebrarse en pocos días, nos referimos a esa tierna obra de un pintor admirado y querido, como un pequeño homenaje.
Generosidad de una donación. Cándido Bidó era un hombre generoso, de una sensibilidad fuera de lo común. Su centro de arte, museo y conjunto educacional en Bonao, edificado y mantenido gracias a sus aportes e iniciativas personales, testimonia ese altruismo excepcional.
Se mostraba también atento al ámbito internacional y a cómo él podía contribuir. Donó a la oficina de las Naciones Unidas en Nairobi una magnífica pintura, de gran formato y temática edificante, intitulada El árbol de los pájaros. La obra se recibió con júbilo, pues, aparte de su alta calidad formal, expresaba el afecto y los desvelos del maestro por la suerte de la naturaleza, su flora y su fauna, en una metáfora visual cuya connotación llegaba hasta la fertilidad, el hábitat y la salud. El cuadro tenía un mensaje y una riqueza visual tan fuertes que se prestaba para una interpretación especial.
De proyecto a premiación. Esta pintura, profundamente conmovedora, nos motivó a escribir una historia destinada en particular a los niños, aunque concernía a todas las generaciones. Ahora bien, ¿qué eran las palabras en comparación con la plenitud y el atractivo pictórico? Había una sola solución: pedir a Cándido Bidó que la convirtiera en imágenes, que la hiciera visible y vital. Así sucedió. El árbol de los pájaros creció como cuento y publicación a cargo de la Editora Taller, engalanada por doce gouaches maravillosos que pintó el artista. Él se inspiró de su propia creación, vuelta palabras, y el resultado sobrepasó las expectativas. Si nos adelantamos en el tiempo, esa iconografía suscitó en Santo Domingo hasta funciones de títeres y teatro dirigido a los pequeños, por su sencillez y sus encantos
Un acontecimiento fue a la vez presagio y laureles. En Tokio se celebraba el concurso Noma, organizado por la UNESCO para reconocer y editar en el Japón la imaginería con un contenido educativo y recreativo, enfocado hacia la primera edad.
El árbol de los pájaros concurrió, y Cándido Bidó ganó el cuarto lugar uno de los diez premios otorgados por el jurado internacional entre 367 participaciones, oriundas de todas partes del mundo. No hemos olvidado cuán orondo se sentía y su orgullo alegre al verse editado a tanta distancia de Santo Domingo. Después le pidieron las ilustraciones para una exposición especializada en Europa, que se hizo. Pero, según le sucede a menudo a los artistas, Cándido Bidó nunca logró recuperar los originales. Hasta llegó a pensar en una segunda versión
Exquisitez de la imagen. No cabe duda de que Cándido Bidó hubiera podido ser un ilustrador sobresaliente, por la calidad fundamental del dibujo y de una paleta encendida, e igualmente por su receptividad a los elementos de la historia y las ideas que proyectaba. En El árbol de los pájaros, él recrea de manera extraordinaria a los protagonistas niños, padres, abuela, el marco de vida rural dominicana, la vegetación circundante, y por supuesto a los pájaros un tema favorito. Sus estampas son un verdadero canto visual a las tradiciones y a la ecología, a la libertad y al amor, valores que le pertenecían.