El arma de baja tecnología de Bin Laden

El arma de baja tecnología de Bin Laden

NUEVA YORK.- Como las otras grabaciones de audio que le precedieron, la cinta de Osama bin Laden que salió a la luz la semana pasada fue una demostración del dominio de Al Qaeda del principio de economía de los medios: Se puede capturar la atención mundial con una grabadora de cassettes de 20 dólares en la misma forma que se puede controlar un avión con navajas de 3 dólares.

Las cintas de audio han sido usadas desde hace tiempo por los fundamentalistas islámicos para difundir su mensaje. En 1978, después de que Saddam Hussein expulsó al ayatola Ruhollah Jomeini de Najaf, donde había estado transmitiendo hacia Irán, Jomeini se trasladó a París y empezó a hacer cintas que circulaban entre sus seguidores. Y en Egipto, cassettes de discursos de líderes fundamentalistas eran obtenidos fácilmente en los puestos de los mercados, pese a severas penas criminales por poseerlas.

Occidente se ha preocupado por el uso que hagan los terroristas de instrumentos de alta tecnología como los teléfonos celulares y el Internet. Pero la cinta de audiocassette es apta para la comunicación política clandestina. Las grabadoras de audio son baratas y están fácilmente disponibles, son fáciles de usar y virtualmente imposibles de controlar para los gobiernos.

En muchas partes del mundo, además, los cassettes hacen posible conservar las formas de comunicación oral tradicionales (discursos, sermones, poesía, canciones e incluso chistes).

El lingüista italiano Francesco Antinucci cuenta su regreso a Somalia durante un periodo de intranquilidad en 1992, 20 años después de que había encabezado el equipo que desarrolló un sistema escrito para el lenguaje somalí. El país parecía estar desarrollando una cultura alfabeta, con periódicos, libros de texto y diccionarios en el idioma nacional. Pero Antinucci encontró que los debates nacionales importantes seguían llevándose a cabo oralmente, usando el gabay, una poesía tradicional que trata de temas políticos; la diferencia era que los poemas ahora circulaban en cassettes. De hecho, la forma se había enriquecido, ya que la gente añadía sus propios comentarios o refutaciones a los cassettes, usando el mismo patrón métrico que el original.

Los somalíes no ponían mucha atención en lo que un jefe de clan dijo en el periódico. Pero una declaración en un gabay creaba una obligación moral.

Los mensajes de Bin Laden, también, se apegan estrechamente a las formas tradicionales. Khalil Barhoum, experto árabe que dirige el programa de Stanford sobre idiomas de Oriente Medio, señala que para los árabes, mucha de la autoridad de esas cintas deriva de su estilo y ejecución. El árabe de Bin Laden es erudito y meticuloso, adornado con alusiones al Corán y giros retóricos, como la antítesis rimada clásica de frases como «¿qué principio hace a su sangre sangre real y a nuestra sangre agua?» (El árabe de Saddam Hussein, dijo Barhoum, es «atroz».) Algunos han cuestionado la sensatez de transmitir las cintas de Bin Laden. Pero aun cuando hubieran sido suprimidas, habrían circulado ampliamente entre grupr receptivos a su mensaje.

Esas cintas de cassette pudieran representar todas las frustraciones que Occidente ha experimentado al tratar de contrarrestar la influencia de Bin Laden. Las contramedidas de alta tecnología son de poca utilidad cuando el mensaje pasa por debajo del radar.

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