El arte actual o contemporáneo

El arte actual o contemporáneo

Después de la vanguardia, el arte continúa plasmando estéticamente imágenes de lo humano, pero en la medida en que dichas imágenes se articulan a través de proyectos conllevan en sí un grado mayor o menor de autoconciencia de su perfil, de su propia especificidad y de sus implicaciones. Su pluralidad de sentidos se inscribe contra lo establecido o el poder. Contra el tiempo lineal, positivista y absoluto. El arte es trans-histórico y trans-subjetivo. Va más allá de su propia finalidad y funda una nueva realidad, una nueva visión del mundo y de la vida. El verdadero artista busca que sus propuestas no sean meras fabulaciones ornamentales o vacías, sino espacios de realización estética en el terreno de lo trans-histórico y lo trans-subjetivo.

Es verdad que el retorno a una situación del arte hiperdeterminada ética y políticamente como fue la de las vanguardias no resulta hoy cultural ni históricamente viable. Pero más allá de la repetición y el “simulacro” estético, surgidos de la fusión o disolución del arte en los canales de comunicación y consumo del mundo de hoy, más allá de la conservación de toda imagen en espectáculo, la continuidad de la idea vanguardista del arte como proyecto permite mantener una tensión, una distancia, entre el arte y lo existente, no reducible sin más al simulacro.

Para comprender el secreto de la justificación del arte actual hay que comprender su empuje hacia el vacío. Esta corriente permanente de acercarse a la nada, es la escondida fuerza motriz de su florecimiento creativo. El darse, la contemplación, ya crea siempre este espíritu del desierto que describe, desde hace casi un siglo, en la forma del cubrimiento, un deseo de tapar lenta pero totalmente aquella actividad del cuadro que ya no puede salvarse en el futuro ni por la pintura de la acción ni por la expresión geométrica, ni por los arreglos estructurales. Este proceso nihilista de hundirse en una nada imaginaria parece ser el futuro de una casi bendición, que por manifiestos no puede ser forzada, pero eventualmente aclarada.

Un mundo de miles de posibilidades se abre con estas concepciones distintas del artista. El ininterrumpido afán de experimentar, hasta ahora aparece, sin que podamos afirmarlo categóricamente, un novedoso camino “positivo” que intentan emprender los artistas que quieren “salvar” el arte. Sin embargo, en estas visiones ya no puede sostenerse el término “pintura” o “escultura”. Parece que todos los medios son buenos y válidos dentro del arte de hoy día. Tampoco es aceptable para estos creadores el concepto de la glorificación del artista a través de su obra aislada en una época que devora al individuo para integrarlo dentro de la vida comunal. El arte, en el sentido individualista, ha alcanzado su punto cero.

El arte contemporáneo parece haber llegado a ser, en esencia, una búsqueda por resolver problemas más fundamentales que los estéticos. Su finalidad última radicaría en su intervención en la vida de un modo directo o palpable, o como simple influencia indirecta, en ser el inspirador constante en los amplios problemas de la arquitectura, la ciencia, la tecnología y la industria de consumo masivo. Su meta decisiva estribaría, en última instancia, en recuperar el sentido que tuvo en sus épocas de grandeza siendo el sostén de la filosofía, la mística y la magia del porvenir.

Con el arte contemporáneo se introduce en el arte la dinámica de la multiplicidad de su polisemia o la pluralidad de sentidos, en la que expresa una concepción laica, específicamente moderna de la vida y del proceso histórico. El gran cambio del actuar humano, también en el arte, es precisamente este paso de la contemplación -representación de la naturaleza- modelo a la acción que incide sobre la realidad social y la modifica, y que es recíproca, y obliga al individuo a enfrentar situaciones siempre diversas, a regular el propio comportamiento según las circunstancias que se presentan cada vez. Esto es lo que se plantea: la necesidad de proyectar, de garantizarse a sí y a los otros respecto a un destino que ya no es providencia.

Son necesarias, sin embargo, todavía algunas consideraciones sobre el fenómeno del arte contemporáneo. En primer lugar, el rechazo del academicismo como afirmación de la legitimidad de la diversidad y proliferación de propuestas estéticas. En virtud de ello, los momentos históricos del arte dejan de ser concebidos en términos de homogeneidad, para pasar a ser considerados como espacios de confluencia de diversas líneas coexistentes en el tiempo y con la misma dignidad estética, sin introducir entre ellas jerarquías valorativas. En segundo lugar, la comprensión de la experiencia artística como fragmento, como correlato de la situación escindida del hombre moderno, como pieza de un rompecabezas por armar, y no como un espacio artístico humano global, totalizador, de ilusoria plenitud. Y por último, el proceso hacia la autoconciencia artística como línea de fusión entre los distintos planos antropológicos presentes en toda experiencia estética: razón y sentimiento, emoción y concepto, juego y seriedad. Un proceso con el que las vanguardias buscaban también romper la incomunicación entre lo privado (la “intimidad” creativa tradicionalmente sacralizada del artista) y lo público (la recepción de las propuestas y productos artísticos).

En la gran pluralidad del arte contemporáneo aparece siempre esa constante, en todas ellas se formulan proyectos de arte con los que se pretende cambiar la vida. Lo que, por un lado, es algo sumamente enriquecedor en un sentido antropológico: la comprensión del arte como un proyecto humano formulable, entraña a la vez la peor ingenuidad de la vanguardia: pretender que el impulso artístico por sí mismo pueda conducir a la mejora, o incluso a la plenitud de la condición humana.

A partir de las ideas antes expuestas, podemos preguntarnos: ¿dónde tenemos los enfoques más logrados, los que darán la pauta para un futuro menos caótico y más constructivo del arte contemporáneo? ¿Es difícil prever el futuro del arte contemporáneo? Lo que parece ser una certeza es que se acabó la pintura sin función y el fenómeno del arte por el arte, y que una era de experimentos quizás saludables sin pretensión de ser arte y alegremente hechos conducen a ambientar la comunidad social. El no conformismo de los artistas tiende a desaparecer y el grito individual, ¡aquí estoy yo!, también. Al artista, convertido en diseñador de ideas, corresponde el papel de encontrar, a través de la sensibilidad y de los experimentos con formas y materiales, el estilo y lenguaje de la época, siempre que esté dispuesto a colaborar armónicamente con sus compañeros de otros campos e instancias artísticas.

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