El arte como epifanía en solo de flauta de René R. Soriano

El arte como epifanía en solo de flauta de René R. Soriano <br>

«Solo de flauta» (Alfaguara, 2013), de René Rodríguez Soriano, es un libro sui generis; muy especial, según el ángulo desde el cual se le vea. Sorprende al lector común la forma en que están configuradas las acciones humanas en una obra que además de poesía, también es narración. Este aspecto tan a tono con el texto sobresale porque presenta una ruptura cultural.

También este talante hace que se rompa la tradición de la lectura, como búsqueda de una forma genérica. El lector encuentra este cambio en la presentación, que le hace vacilar entre una estructura esperada y el texto que en verdad lee. Con esta forma se anota una primera victoria el autor en su interés de vencer la pereza y el inmovilismo del lector, al tener este último que desplazarse a otras prácticas de la escritura y romper los moldes acostumbrados.

Un segundo aspecto me parece capital: la relación entre el cantar y el narrar. La poesía es canción y narración. Así aparecía en los romances en el siglo XVIII. Persiste en ella la forma de canción y se perdió la narración, que es encadenar los hechos, llevar las cuentas de las acciones humanas. La canción es una forma que ve el Ser en forma estática, mientras la narración lo presenta en movimiento.

Desde una perspectiva temporal, la narración es un fluir del tiempo, de la temporalidad como tiempo vivido, tal el río de Heráclito; la canción es descripción, parsimonia, impresión. Coloca  al Ser en su propia existencia. Es más fácil verlo, pues está inmóvil, sólo refiere el tiempo y está colocado en el horizonte que se mueve con el lector; de ahí las dificultades de la comprensión del texto y de la aceptación de la novedad por ese lector que he llamado más arriba lector común. En el horizonte de la narración, el movimiento es lo que nos permite ver con mayor despliegue el Ser que se arroja al mundo, como decía Heidegger, y que se dirige al futuro.

El futuro de la obra de arte será, entonces, su propia lectura como transformación o como realización de una conjugación horizóntica. Es ahí que la disposotio, la configuración de la lengua como signo, pasa a la semántica de la frase y de esta al discurso que se encuentra en la refiguración que realiza el lector, que es, además, un acto de actualización de la lengua por el sujeto y encuentro del sentido del mundo.

De esta manera, «Solo de flauta» es una estructura, una forma artística compleja. Dividida en  las siguientes partes, que muy bien ilustran un sentido de unidad y diversidad: “Juegos raros”, “Renombre de la nada”, “Mahler y otras falacias”, “Historia de colores”, “Cuaderno de pasiones”, “Libro de cabecera” y “Fotos de familia” y que remiten  a un contexto musical, memorístico, lúdico, en que la fragmentación se instala con mayor fuerza en la primera parte, donde el horizonte se abre y se cierra. Las pequeñas narraciones, como instalaciones determinadas  por una duración breve, hacen de la lectura una experiencia pasajera, de ritmo rápido, relampagueante. El texto se deja ver en su insuficiencia sígnica, pero trasciende por su extensión poética. Luego vienen narraciones más largas y el lector, encabalgado en la lectura, queda atrapado en otras formas, en una duración distinta que acaba y vuelve a iniciar dentro de una expresión de magia y de fiesta.

Sin embargo, estas novedades que el lector encuentra en este libro, bellamente editado y limpiamente impreso, no son atributos recientes de la escritura de Rodríguez Soriano. Los cuentos breves del principio se encuentran en un diálogo constante con «Todos los juegos el juego» (1986), especie de “relámpagos lentos” para recordar a Manuel del Cabral.          

Estos textos tienen además la suerte de presentarnos una realidad cotidiana y maravillosa. Ahí está para mí la clave. La cotidianidad como tiempo vivido que la referencialidad de la obra trae a nuestro entendimiento, al goce; es  memorística, familiar, cosmopolita, local, urbanagraria (como diría Denis Mota) y al pasar por el lenguaje de Rodríguez Soriano logra dejarnos el sentido de lo maravilloso, de la magia.

Creo que este extremo habría que tomarlo muy en cuenta a la hora de responder la pregunta de por qué se lee y se aprecia tanto la obra de este autor. Pienso que es porque lo cotidiano es una realidad en la que todos participamos y la grandeza del arte y de quien lo trabaja es darle a esa realidad una trascendencia epifánica, hacer de la escritura, un ritmo, una fiesta, una celebración de los sentidos que va de la imagen al símbolo… Pienso que la escritura de René Rodríguez Soriano le da al decir un aire de celebración, de fiesta.

Pero no nos equivoquemos. No dejemos que el referente musical obnubile nuestro entendimiento. La fiesta no reside en la apelación a la música, ni al referir a los personajes de la historia musical, con lo cual busca el autor una cierta complicidad generacional y culta. La música en «Solo de flauta» reside en el ritmo poético y se da a través de la transformación del lenguaje: en la disposición sonora que parte de los sonidos ordenados en la frase, en los juegos semánticos, en las imágenes, en las palabras dispuestas en el eje sintagmático y en el paradigmático que él presenta, pero que esta prosa contiene. El juego del sonido y del sentido en la obra se crea, además, con las alternancias de símiles, metáforas y la inclusión de vocablos en el registro que apelan a la cultura popular y a la cultura de arriba.

Esto demuestra que estamos ante la presencia de un autor que ha tomado con mucha seriedad su trabajo. Y se nota porque el lenguaje en sus manos, es como el artefacto del mago, como su chistera. Y esa magia sólo es posible cuando el trabajo del sentido en la lengua pasa del código, de la gramática, y se aloja en ese terreno sumamente polivalente del sentido de la obra como producto que llega a la cultura literaria. Es en otras palabras, como un alejamiento de lo que Barthes llamaba la escribancia. El autor deja de ser el escriba para ser artista.

Vemos cómo en esta obra el lenguaje en su totalidad mantiene un registro que recuerda la poesía y es a la vez la poesía porque en ella se funda y abre la significación y la comprensión, el disfrute y el vivir el texto. Es de suyo un decir cantando, pintando y poniendo ahí lo que estaba escondido. Aquello que no veíamos, aquello que no sentíamos. Por esta razón, el libro sobresale como escritura, como transformación e instalación de lo nuevo en el mundo y no sólo viene a revelar al autor, sino a confirmarlo en una tradición del decir de la prosa poética.

En fin, en «Solo de flauta» el mundo aparece estilizado, estetizado, danzando y en medio de una fiesta de sentidos donde se abre una comprensión horizóntica hacia el gozo y a la comprensión del sujeto lector como escritor-lector de un mundo festivo, cotidiano, familiar, arrojado al mundo del Ser, en una temporalidad del presente y pasado, y como bien ha dicho Hans Gorg Gadamer, el arte puede ser concebido como una fiesta y es arte lo que nos saca del mundo cotidiano. Y aquí las narraciones y la poesía de Rodríguez Soriano  nos elevan o nos arrojan a otros mundos posibles.

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