¡El arte dominicano!

¡El arte dominicano!

Durante las últimas cinco entregas de esta sección de Areíto, hemos intentado reavivar el debate sobre la trama de valores, intereses o estrategias  que inciden  de manera determinante en la cotización del producto artístico y en  el estado actual de la economía del arte a nivel global, así como en la estrecha relación entre el  arte, el dinero y el poder. En el 2011, este suplemento publicó varios artículos enfocando la crítica situación del mercado del arte en Santo Domingo, pero, tal como ya he advertido, estamos ante un tema sumamente complejo, así que faltaría mucho espacio para tan siquiera aproximarnos a una posible “edificación”  en torno a una trama que cada vez se torna más  intrincada, progresiva y deslumbrante.

Entonces, en lo adelante quedaría demasiado por hacer si tomamos en cuenta las coincidencias y divergencias de criterios, la calidad de la información y las reveladoras precisiones al respecto, compartidas por los expertos Gamal Michelén, Abil Peralta Agüero y Juan José Mesa, durante el conversatorio titulado ¿Qué determina el precio de una obra de arte?, celebrado el pasado 15 de mayo por iniciativa del Centro de Estudios del Arte Caribeño en la galería Mesa Fine Art.

Como moderador del citado encuentro, tuve la oportunidad de  cuestionar a cada uno de los panelistas y, como sucede muy pocas veces, recibí cada respuesta sin miedo a la confrontación y con gran responsabilidad. Aquí refiero específicamente el caso de Juan José Mesa, quien esta vez procedió a “tomar el toro por los cuernos” al sostener que hay que desmitificar el hecho de que, al comprar art,  pesa más la pasión que la razón. …“Hoy se requiere ser práctico, ya que los coleccionistas necesitan también estar bien informados y considerar en qué consiste realmente el elemento de la inversión”.

Desde luego, para promover o aconsejar la inversión en la obra de un artista determinado, resulta de rigor aportar las pruebas del proceso, de los factores y de los elementos que establezcan la calidad estética de la producción y los mismos niveles de su cotización, ya sea en el mercado local o en los circuitos internacionales. Asimismo, Juan José insiste en que “los galeristas, art dealers, curadores y consultores de arte, deben garantizar que, por lo menos en dos o tres años, la obra adquirida vaya aumentando su  valor y su cotización, pues el inversionista en arte  desea la validación  de su adquisición en el mercado y busca que los coleccionistas de otros países compren las obras de los artistas dominicanos”.

Sin embargo, Mesa advierte que esa validación solo podrá conseguirse mediante un cambio de paradigmas y a través del desarrollo del mercado de las subastas. Y cita como ejemplo el hecho de que algunos artistas dominicanos de la primera mitad del siglo XX, hayan sido presentados de manera ocasional en subastas internacionales: Iván Tovar, Ramón Oviedo, Domingo Liz, Dionisio Blanco, García Cordero, sin alcanzar jamás los precios o parámetros esperados.

Entre las razones de la frustrante ausencia de las obras de los grandes artistas dominicanos en mercado internacional, Mesa cita la falta de una apuesta consciente y decidida por parte de nuestros mecenas y coleccionistas. Y es que en la etapa inicial de la  introducción de la obra de un artista determinado en el mercado de las subastas, necesariamente habría que contar con el apoyo de los coleccionistas: “ellos son la clave, porque, primero, son nuestros coleccionistas quienes conocen la obra de los artistas nacionales. Al invertir en un artista y en su obra lo que hacen es validarlos internacionalmente y es ahí cuando los coleccionistas de otras partes del mundo se fijarán en nuestro arte…Un coleccionista de otro país no va a invertir en la obra de ningún artista extranjero hasta que no vea que los coleccionistas del país de ese artista inviertan en él”.

Principal responsable dos ediciones de una de las subastas de arte más importante en años recientes en Santo Domingo, Juan José Mesa está claro en que el desarrollo del mercado de subastas no es coyuntural, sino que se sostiene en el sistema económico capitalista que impera a nivel global. “El precio justo de una obra debe alcanzarse en un lugar abierto y libre, sin ningún tipo de presión, frente a un universo de compradores y vendedores en búsqueda del intercambio de los más diversos bienes, objeto del discreto encanto de coleccionar arte; mediante un acto de licitación, donde resulta ganador el mejor pujador”.

Entre los artistas dominicanos que han sido validados por los coleccionistas locales y que, consecuentemente, su obra se proyecta en vía de alcanzar o consolidar su estimación en el mercado internacional, destacan José Gausachs, José Vela Zanetti y Jaime Colson, superando la barrera de los 100,000 dólares; Iván Tovar, Paul Giudicelli, Gilberto Hernández Ortega, Darío Suro, Enrique García Godoy, Celeste Woss y Gil, Fernando Peña Defilló y Ramón Oviedo, superando la barrera de los 50.000 dólares; Clara Ledesma, Ada Balcácer, Yoryi Morel, Domingo Liz, Gaspar Mario Cruz, Cándido Bidó, Dionisio Blanco, Plutarco Andújar, Antonio Prats-Ventós, Guillo Pérez, Fernando Ureña Rib, José García Cordero y Alberto Ulloa, Jesús Desangles y Ramón Osorio, cuyas obras han superado la barrera de los 30,000 dólares.

Algunas obras maestras y muchas de extraordinaria calidad estética de estos creadores se han comprado y vendido al mejor postor con facilidad en las distintas subastas  efectuadas en la República Dominicana, tornándose así la obra de arte en dinero invisible al mismo tiempo que su trasiego y atesoramiento excitan e incitan la apasionante, arriesgada y productiva relación entre el arte, el dinero  y el poder.

A toda esta gama de factores, criterios y argumentos sobre los que durante las últimas cinco semanas he intentado dilucidar hay que sumar la importancia de que el artista sea verdaderamente “un artista” y que sus obras se comercialicen a través de un modelo econométrico que aporte seguridad y confianza a los compradores; que sus obras se muestren con frecuencia en galerías, museos, instituciones culturales, bienales y ferias  de arte internacionales. Pero, lo básico es que la producción de ese artista pueda contar con la resuelta protección de las instancias culturales y los coleccionistas locales.

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