EL ARTE DOMINICANO EN PUERTO RICO: CONTEXTOS, PARODIAS E IRONÍAS

EL ARTE DOMINICANO EN PUERTO RICO: CONTEXTOS, PARODIAS E IRONÍAS

Areito, listado de obras.

Bajando de oeste a este la emblemática calle de la Fortaleza, (la misma que arrancó los trazos de la reforma que los Borbones trajeron al imperio en el siglo XVIII, en la representación del Gobernador de Ustáriz y la labor de los alarifes en construir una ciudad adoquinada en la obra de José Campeche), se encuentra el edificio que alberga a la Fundación Cortés. Con una multitudinaria asistencia, comenzamos el recorrido para apreciar una muestra de más de una docena de obras de artistas dominicanos, Gerard Ellis, José García Cordero, Hulda Guzmán, Quisqueya Henríquez, Gustavo Peña, Jorge Pineda, Raquel Paiewonsky, Charlie Quesada; y de otros, como Eugenio Fernández Granell, Rafael Ferrer, José Bedia, Ignacio Iturria y Fernando Valera, que, sin haber nacido en República Dominicana, han realizado parte de sus trabajos pictóricos sobre ella o desde ella. Podríamos decir que es un conjunto de lo que ha sido ‘hecho en Quisqueya”.

Al terminar el vernissage, sintetizamos que es una mirada a la República desde distintas perspectivas. Mirada que conecta la exposición con el concepto de arte Caribe: el dominio de la figuración sobre la abstracción, tropicalismo, que maneja las diferencias entre lo caribe, rizomático, frente a lo europeo. Es una nueva transformación de la mirada eurocentrista que construyó nuestros discursos sobre el Caribe, y que aparece como su tono paródico, irónico y ecléctico.
Las obras presentan un cierto movimiento y un contraste de colores y formas; de apuestas, de encuentros y desencuentros de las diversas teorías del arte. Creo que cuando Marta Traba escribió del arte de Puerto Rico en los setenta, mostraba un espejo del arte del Caribe (“Propuesta”, 1971). Ella criticaba el eclecticismo, como lo criticaba Francisco Oller al final de su vida (Delgado, 1993). Pero no se daban cuenta de que lo ecléctico es fundacional porque está en nuestra condición de culturas viajeras de los pueblos del mar.
Por otra parte, parecería a simple vista que se oculta el hilo conductor de esta muestra. Pero se equivoca quien así piense. Si se observa detenidamente, la exposición se conecta por la presencia del paisaje caribe. El hilo de Ariadna está en el mar y su paisaje. Ahora bien, no es el paisaje nativista, aunque este no deja de estar presente. Es una mirada que lo deconstruye, lo desfolcloriza y lo eleva a las formas viajeras del arte universal. Esto está íntimamente ligado a los movimientos de las vanguardias francesas que se dejan ver con su manera de abordar lo que está afuera. El Caribe es un mar, y es nuestro afuera, lo que nos define. Islas rodeadas de mar por todas partes. Y que se redefinen desde la óptica del Otro a partir de los años cincuenta como paraíso turístico que hay que descubrir.
Si bien es cierto que este desvelamiento de nuestra naturaleza, como locus, como decir desde un lugar específico, se construye desde la mirada del visitante, desde su misma artisticidad, los pintores han ido a buscar y a transformar el hacer del arte de allá para crear un arte caribe. En él que se encuentran la historia del hacer y la reflexión del mirar o miranos en nuestro propio ser y también en nuestra actualidad.
De la mirada que los artistas dan a su presente (“Tiempos”) a su propia temporalidad que define su ‘estar ahí’ y su estar ‘arrojados al mundo”, resulta un planteamiento irónico y, en gran medida, paródico de la vida. El Caribe visto desde afuera, con su exuberancia hiperbólica en el cuadro de García Cordero; la mirada a la playa, el mar, el baño como un elemento lúdico; la manera en que Rafael Ferrer mira la negritud (“The Red Bandana”, 1984); son formas paródicas e irónicas. Crean un encuentro y un desencuentro con nuestra propia diversidad.
Los distintos (“Modos”) con los que el artista se acerca a la realidad, dan cuenta del sentido paródico en esta muestra. Pongamos, por ejemplo, la obra de José García Cordero, (“Interior en Playa Popa”, 2000). En ella se encuentra el estilo que caracteriza al pintor, sus manglares y la presencia del perro, que nos recuerda su exposición de los noventa en Galería Leonora Vega. El hiperrealismo en una mesa que va del kitsch al barroco caribeño, el contraste entre el mar, la arena y la mesa que abre un horizonte para pensar la carencia y la abundancia de alimentos. El lujo, la glotonería que pareciera acercarnos a “Gargantúa y Pantagruel” de Francois Rabelais o al Aureliano Segundo de “Cien Años de soledad” de García Márquez.
Esta obra contrasta con la sobriedad y equilibrio de los viajeros en la obra “Aquella tarde en Samaná”, 2008, de José Bedia y en “Búsqueda bíblica azul”, 1991, de Fernando Varela. En la primera, se observa una ballena que es todo el mar y que invierte el paisaje marino donde el mar es toda la playa. Ese juego de contrarios armoniza dejando un horizonte de quietud y reflexión sin que el artista se ubique en un aspecto crítico tan reiterado en las obras que hemos referido anteriormente.

La parodia y la intertextualidad aparecen más definidas en el texto “TV picnic, 2009” de Hulda Guzmán, 1984. La obra tiene como hipotexto, “Le déjeuner sur l’herbe”, de Édward Manet. Obra donde el afamado artista del impresionismo se burla del arte académico de su época. En un paisaje más cercano a los nabis de fin de siglo XIX y próximo al realismo mágico, los comensales tienen distintas miradas. La mujer, que en la obra del francés queda sola en el primer plano, sin la atención de los comensales, aquí es de una desnudez inusual. La atmósfera de consumo retrata la sociedad actual y lleva el sentido a una parodia de los tiempos del hiperconsumo que caracteriza al Caribe actual. Los objetos modernos de comunicación contrastan con la figura de la ciguapa que mira la escena desde afuera, como un símbolo del tiempo pasado. El gato al principio parece hablarnos de los cambios en la familia, las formas nuevas y consumistas de la vida que mira hacia el mercado.

En fin, la muestra, curada por las doctoras Adlín Ríos Rigau e Irene Esteves Amador, constituye una propuesta crítica muy diversa, eclécttica y representativa del arte dominicano y caribeño. La presencia de maestros como Granell y Rafael Ferrer; de autores consagrados como Bedia y Varela; la inigualable obra de García Cordero, para solo citar unos cuantos, dan al público una exhibición de notable calidad para el arte de Puerto Rico y el Caribe. La exhibición demuestra el interés de don Ignacio Cortés y de la fundación que honra su familia por difundir la artisticidad que nos permite regresar a Ítaca (continuará).

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