El arte y el dinero

El arte y el dinero

Antes de seguir adentrándonos en este tema tan excitante, es necesario hacer un paréntesis sobre los inicios de la poderosa relación entre el arte y las finanzas. Aunque es bastante dilatada en el tiempo la relación entre producción artística y poder político-económico y social, se puede considerar la etapa de pleno florecimiento del Renacimiento italiano (desde principios del siglo XV hasta finales del XVI) el momento en que las altas sumas de dinero pasaran a invertirse  y multiplicarse como arquitectura, pintura y escultura.

Los papas de Roma y las principales familias de banqueros  y comerciantes: Medici, Montefeltro, Sassetti, Bardi, Peruzzi, D’Este, Borgia y Gonzaga, no solo comisionaron “pinturas de caballete” para sus estancias y aposentos, sino que también pagaron y mandaron a construir basílicas, catedrales, conventos, frescos, esculturas, retablos,  palacios y magníficas edificaciones que aún se preservan como patrimonio cultural de la humanidad.

Durante su intervención en el coloquio titulado “¿Qué determina el precio de una obra de arte?”(Mesa Fine Art/15/05/2012), el arquitecto Gamal Michelén procedía a una mirada desmitificadora de lo que yo advierto como la consumación del “mito indestructible”: la poderosa e inefable relación entre vida y obra que ha de manifestarse siempre en la conexión existencial del artista con los elementos del hecho plástico y hasta en la misma riqueza estética o grado de artisticidad de la producción de un artista auténtico.

En un momento del diálogo, el especialista dominicano cuestionaba la especie de “anonimato”  que vendría “encubriendo” la biografía valorativa de los autores de importantes obras arquitectónicas del pasado y el presente. Asimismo, Gamal Michelén se sorprendía y maravillaba por la confluencia de “tantos grandes genios” en la Florencia del siglo XVI. Y concluyo en que tal confluencia no hubiese sido posible sin el poder ni el dinero de la familia Medici, uno de cuyos miembros, Lorenzo de Medici -El Magnífico-(1449-1492), principal admirador y protector de Miguel Ángel, se convertiría en gobernante de Florencia a los 20 años de edad.

En efecto, de todas las familias que se hicieron poderosas en el Renacimiento, la de los Medici tuvo una influencia memorable. Durante tres generaciones (siglo XV), gobernaron Florencia  hasta la prosperidad y el esplendor. Sus miembros comerciaban con artículos de lujo del Oriente y controlaban una gran parte del mercado de textil. Fueron banqueros exitosos, con una cadena de bancos en toda Europa y una clientela que incluía a los papas, a las monarquías y los nuevos burgueses.

A diferencia de sus ancestros, Lorenzo de Medici prefirió “gastar” más dinero en el arte que “ganar” dinero especulando en la  banca y el comercio. Invirtió gran parte de la fortuna familiar en la  “protección” de los arquitectos, escultores  y pinturas cuyas obras hicieron de Florencia la más bella y esplendorosa urbe de su tiempo.

 Pero, en  Roma, los principales mecenas o “protectores” de los artistas serían los papas. El papa Sixto IV ordena la construcción de la Capilla Sixtina (1471-1484), la más célebre del Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano, residencia oficial del Papa y en la que se integran las obras de grandes artistas  de la época, como Miguel Ángel, Rafael, Botticelli, Pietro Perugino, Luca Signorelli y Doménico Ghirlandaio, entre otros.

Entre 1508 y 1515, el papa Julio II encarga a Miguel Ángel la decoración de  la bóveda (1,100 m²) de la Capilla Sixtina. Al genial artista no le agradó para nada el encargo y llegó a pensar que el Papa solo buscaba satisfacer su deseo de grandeza. Este mismo Papa afirmaba que las bellas artes eran “dinero para los plebeyos, oro para los nobles y diamantes para los príncipes”, mientras que el papa Paulo III, en defensa del genial orfebre Benvenuto Cellini, acusado de asesinato, argumentaba: “Hombres únicos en su arte, como Cellini, no deben someterse a las leyes”.

Ahora bien, Salvatore Settis, respetado historiador y crítico  del arte, nos advierte  “No es el dinero desnudo que explica y funda el arte y la belleza del Renacimiento, sino la dimensión ética del donar a Dios donando a la ciudad, invirtiendo el dinero privado, fruto del propio trabajo, en el escenario de las calles y de las plazas”. Y es que, tanto en el pasado como en el presente, el poder político y la opulencia económica necesitan “lavarse la cara”,  “invertir” en obras u objetos de utilidad pública y patrimonial;  despojarse del estigma del complejo de culpa y del “pecado” del gran dinero y, en última instancia, hasta salvar el alma y el estatus social de su dueño.

El caso es que en el instante apoteósico del valor del dinero, la cotización de la producción simbólica corre paralelamente vertiginosa junto a la admiración o mitificación de la personalidad artística. Sin embargo, aunque “El juicio final” se considera la obra pictórica paradigmática de Miguel Ángel, como veremos en las próximas entregas de este intento reflexivo sobre la contradictora y fascinante relación entre capital y dinero, el genial artista no estaba tan extraviado en sus sospechas de que la relación entre el arte y el poder político-económico, entre los artistas y los príncipes, entre los aristócratas y los fabuladores del delirio, entre el arte y el dinero, es una relación atractiva y peligrosa; una relación dominante/dominado, de señorío y vasallaje. Como ilustración, en la colección de la Tate Modern de Londres se puede ver una indescriptible instalación del artista conceptual Joseph Beuys en la que  su autor nos estremece con la frase siguiente: “Arte=Capital”…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas