El arte y el dinero

<P>El arte y el dinero</P>

La noche del pasado martes 15 de mayo, correspondiendo a una gentil invitación de Juan José Mesa, en su calidad de anfitrión de la galería Mesa Fine Art y miembro del Consejo de Dirección del Centro de Estudios del Arte Caribeño (CEARCA), tuve la oportunidad de participar como moderador del interesante coloquio titulado “¿Qué determina el precio de una obra de arte?”.

Como había de esperar, el dialogo fue siempre fragmentario, contradictorio, complementario y todavía más fascinante. El panel y auditorio se completaban con “especialistas” de la talla del reconocido crítico de arte y curador Abil Peralta Agüero, el Arquitecto y catedrático Gamal Michelén, así como una participación considerable de artistas, coleccionistas, investigadores y amantes del arte, motivados especialmente en la búsqueda de alguna “luz”, si es que fuera posible, a la hora de confrontar la trama  de intereses que traspasan el estado actual de la economía del arte: la inflexible, atractiva y poderosa relación entre arte y dinero; entre  las industrias culturales,  el mercado de las imágenes y la economía global.

Aunque entiendo que sería imposible definir objetivamente la artisticidad de los objetos estimados como “obras de arte”, también es cierto que, casi siempre, la valoración de tales objetos se basa en criterios extra-artísticos, especialmente a partir de que vayan extraviando su “funcionalidad”  en los museos y las colecciones. Entonces, a la hora de hablar de precios es necesario tener en cuenta los valores incorporados o asociados, en su mayoría, establecidos por  razones y consecuencias de la museografía-la institución-, el coleccionismo y el comercio del arte.

Entre los principales de estos criterios que inciden en la valoración económica de la obra, destaca el “reconocimiento” del autor. Sobre este aspecto disertaba lúcidamente Gamal Michelén, advirtiendo que la incorporación del valor de “la firma” surge cuando los pintores y escultores del Renacimiento deciden aconsejar el uso de su nombre personal como “marca de fábrica”. Y este criterio de la importancia o renombre del autor incide en el precio de tal manera que la autentificación o falsificación de la firma de un artista llega a provocar escándalos, “descalabros” y efectos de consecuencias impredecibles, desde luego, más en el aspecto comercial o financiero que en la creatividad y en la producción artísticas.

 “A menudo se cuestiona el valor de una obra de arte en función del costo per se de la misma y del artista que expone, lo que se traduce en un lamento para algunos y un dolor de cabeza para otros, sostiene Juan José Mesa, quien, abordando el aspecto de la incidencia de los costos de producción en el precio de las obras de arte, puntualizaba: “Lo primero que debemos tener claro es que todos los artistas, sin importar si son emergentes o consagrados, tienen un costo de producción que anda más o menos igual para ambos. El pincel, el lienzo, la pintura y el marco…, por ejemplo, no tienen descuentos en función de si se es principiante o maestro”.

Además de ser uno de los más activos propiciadores del espacio del diálogo sobre, desde y a través del arte en el Santo Domingo de las últimas dos décadas, Juan José Mesa es un galerista experimentado y exitoso. Como resultado de esta experiencia, él reflexiona a profundidad y aporta datos reveladores sobre las claves de la dinámica del mercado del arte en el contexto caribeño. Incluso, a la hora de establecer los pormenores del “precio final”,  llama la atención  sobre  el “valor intrínseco o tangible” y el “valor extrínseco” de la obra de arte.

“Ese valor tangible puede calcularse sin ninguna dificultad a través de un caso de negocio, significando que el precio de toda obra parte de un costo de producción en el que no interviene el ingenio del creador. A esto se le suman otros elementos tan necesarios –como los enunciados– que tienen a su vez que conjugarse para establecer el “punto” por centímetros (o pulgadas) y eliminar la subjetividad u otros parámetros determinantes en el mercado secundario”.

Entre los factores que determinan lo que Juan José Mesa define como “valor extrínseco”, se imponen el contexto cultural, la formación académica, el empleo de materiales especiales, las premiaciones y reconocimientos recibidos por el autor; la procedencia del objeto-en razón del estatus socioeconómico de su propietario-; la cronología e historicidad;  el “background” museográfico y la excepcionalidad de la obra-en relación a su pertenencia o no a una serie completa-, así como su unicidad en contraposición a su multiplicidad en forma de copia o reproducción. En efecto, estos factores pueden resultar determinantes para establecer la diferencia  de precio entre las obras de los artistas del pasado y del presente. Y no resulta difícil admitir que estas cifras constituyen apreciaciones altamente operativas en  los ámbitos comerciales y financieros.

Asimismo, el precio de una obra de arte tiene que ver con la  importancia que la crítica especializada, las instancias sociales, políticas y culturales, concedan a la personalidad, al “discurso” y a la producción de  un artista específico. En última instancia,  el precio es efecto de los juegos del poder económico y financiero de las instituciones y los coleccionistas.

El precio  dispara la ficción y las cifras se tornan espectaculares, absurdas, vertiginosamente expansivas y todavía más contradictorias: mientras más costosa, más “artística”  le parecerá la obra al coleccionista. La inversión y comercialización del arte se soporta en el principio de que “es arte lo que vale dinero y se revaloriza”. En la atractiva, expansiva e incontrolable relación entre el arte y el dinero; entre cultura y  economía, el artista se considera  exitoso cuando su obra  se vende  “cara”. El signo “valor de ventas”, determina  los niveles de éxito del artista. ¿ Es asi, realmente?…

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