En este mundo se realizan actos tan inexplicables, que se nos hacen difíciles calificarlos. Pero cuando se habla de una profanación en un templo, violación al Sagrario, del Santísimo, de la Hostia Sagrada, eso es algo que rompe todos los esquemas de razonamiento lógico.
En virtud de eso, como ocurrió una acción de esa naturaleza en la parroquia San Pio X de Ciudad Nueva, el arzobispo metropolitano de Santo Domingo, Francisco Ozoria acudió junto a otros sacerdotes a oficiar una misa de desagravio el pasado martes 20.
Debo decir que aunque conocía acerca de ese tipo de liturgia religiosa ante actos vandálicos, nunca había participado en una misa de desagravio como la celebrada en la que es mi parroquia desde que llegué a la Capital.
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Como no necesariamente todo el mundo tiene que conocer lo que significa una misa de desagravio, me permito dar una explicación que encontré y que es de fácil comprensión: “una misa de desagravio es la que se hace con la intención de restaurar las cosas a su condición de normalidad y pureza, es decir, a las condiciones en las que se encontraban antes que algo malo fuese hecho”.
Conociendo ya la explicación, mientras el arzobispo Ozoria dirigía su mensaje durante la liturgia y habló de perdón, por mi mente solo surgió el pensamiento de: porque no sabían lo que hacían.
Algunos han calificado dicho acto como vandálico. Y lo fue, sin embargo, yo me atrevo a pensar que esos incalificables, no saben ni tienen la más remota idea de lo que significa una profanación del cuerpo Cristo. De Jesús, el hijo de Dios. Particularmente para los católicos. Porque esa Hostia o pedazo de pan, nada más y nada menos representa la cumbre y vida de nuestra fe. El Cuerpo de Cristo.
Fíjense bien. Según Lucas 22:14-18: “Cuando llegó la hora, Jesús y sus discípulos se sentaron a la mesa. Jesús les dijo: He deseado muchísimo comer con ustedes en esta Pascua, antes de que yo sufra y muera. Porque les aseguro que ya no celebraré mas esta cena, hasta el día que comamos todos juntos en el gran banquete del reino de Dios. Luego tomó una copa con vino, le dio gracias a Dios y dijo: Tomen esto y compártanlo entre ustedes. Porque les aseguro que, desde ahora, no beberé mas vino, hasta que llegue al reino de Dios. También tomó pan y le dio gracias a Dios; luego lo partió, lo dio a sus discípulos y les dijo: esto es mi cuerpo, que ahora es entregado en favor de ustedes. De ahora en adelante, celebren esta cena y acuérdense de mi cuando partan el pan…”
Y precisamente, ese fue el pedazo pan que profanaron, o mejor dicho, que intentaron, porque el cuerpo de Jesús es sagrado e incorruptible. El arzobispo celebró esa misa de desagravio con fervor, procurando rescatar la pesadumbre que existía en la feligresía. Pero él y los demás obispos y sacerdotes saben, que cada vez que se celebra la eucaristía, se actualiza el misterio Pascual. Así que, con Cristo que nadie se meta. A Cristo nadie lo profana.