El asno de Buridán y la pérdida del pudor

El asno de Buridán y la pérdida del pudor

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Jean Buridán, filósofo francés, murió a mediados del siglo catorce. Es famoso por sus trabajos de lógica acerca del término medio entre el silogismo (razonamiento que contiene tres proposiciones: mayor, menor y conclusión, consecuenciales cada una de la anterior) y por otra parte la naturaleza de la libertad psicológica.

Se le atribuye, como demostración la formulación de la presente paradoja o problema, conocido como «El Asno de Buridán» y que se resume a que si «Un asno que tuviese ante sí, y exactamente a la misma distancia, dos haces de heno exactamente iguales, no podría manifestar preferencia por uno más que por otro, y por tanto, moriría de hambre».  Y resulta que caemos en la sabiduría latina: «liberum arbitrium indifferentiae». De no haber una preferencia, no puede haber elección… o mejor, de no haber ventaja en una elección, se impone la indiferencia.

Salvo los políticos de profesión y conveniencia, la población dominicana me parece que finge sus entusiasmos y sus esperanzas, puestas en los dos principales, fuertes e importantes candidatos presidenciales para 2008: Leonel Fernández y Miguel Vargas.

Se ha vuelto al Asno de Buridán, con la diferencia de que las masas pobres, paupérrimas o de la antigua clase media (que sólo es media en las angustias financieras) temen a las voracidades impositivas creadoras de superávit estatales de discutible uso, por un lado, y a las incógnitas de ofertas, promesas y juramentos, por el otro.

Jean Touchard, profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de París y secretario general de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, junto a cuatro brillantes expertos, publicó en 1961 su Historia de las Ideas Políticas. Refiriéndose al libro de James Burnham «The Managerian Revolution, cita que los «managers» u «organizadores» son «los directores de producción, lo superintendentes, los ingenieros administrativos, los supervisores técnicos, los administradores, los comisarios, los jefes de oficina» y agrega: «En la sociedad directorial la soberanía está localizada en las oficinas administrativas»… «En efecto, el verdadero poder es ejercido en todas partes por una minoría de «directores»: sus problemas, sus métodos de acción son los mismos; los «managers» están hechos para entenderse mientras los políticos están hechos para pelearse». Hasta aquí Burnham y Touchard.

¿Qué esperanza de buen orden tenemos, cuando el Ejecutivo no castiga a los «managers» que actúan mal…por ineficiencia para el cargo o a causa de ambiciones personales desmesuradas hasta lo infinito?

No es que se trate de algo nuevo.

Se hizo antes, con otros nombres y otros tiempos.

Pero si bien el ¡Basta ya! que enarboló como bandera don Viriato Fiallo flameando al viento esperanzador de la Unión Cívica Nacional al fin de la dictadura trujillista, si bien el «¡Basta ya!» -repito- no funcionó debidamente en aquel tiempo en la voz indignada y dolida del doctor Viriato Fiallo, hoy es tiempo de que cerremos el paso a lo maligno, a lo perjudicial para una Nación como la nuestra, que está mejor que muchas -es cierto- pero que puede estar mucho mejor. Mucho mejor, en verdad, no artificiosamente, con cifras manipuladas, que presentan crecimientos económicos que uno no ve ni siente.

Nos afirman que las importaciones nacionales aumentaron en casi mil millones de dólares en el primer semestre de 2007, las exportaciones subieron algo más de un cincuenta por ciento en el mismo período, el sector comercial obtuvo un crecimiento de un catorce por ciento, la balanza de pagos fue positiva en casi cuatrocientos cincuenta millones de dólares…etc.

¿Y por qué no sentimos esa bonanza que nos iguala al prodigio económico del Lejano Oriente?

Sólo notamos señales cuando nos deslumbran por nuestras calles desastrosas, ya no Jaguares y Porsches, sino Ferraris y Lamborghinis (que uno no ve fácilmente en Roma, París, New York y otras grandes ciudades del primerísimo mundo).

Y es que de tanto perder, hemos perdido el pudor.

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