Debo confesar que soy un renegado. Reniego del sistema político electoral dominicano. En pocas palabras, no creo en las lecciones. Son una trampa, le oí decir, apesadumbrado. A pesar de los avances tecnológicos que han limitado los enormes fraudes electorales del pasado reciente, por experiencia propia y de una apreciable legión de escépticos abstencionistas, llego a la conclusión de que la contienda electoral es un círculo vicioso: un quítate tú pa ponerme yo, mientras proliferan los grandes males y las enormes carencias que padece la población sin que se haga nada efectivo y contundente para mejorar el agobio y la frustración que nos asfixia. Lo dicho me era familiar, pero su voz no tenía nombre.
-Sale un gobierno, viene otro, decía, y los resultados son iguales o peores. Prevalece la impunidad y se perpetúa un sistema político envilecido por los abusos, las injusticias y los privilegios que nos priva de toda esperanza. El voto de castigo, enfatizó, no me convence. Sólo pretende un desplazamiento, llevándose de encuentro a gobierno y gobernantes malos para imponer otro porque los daños causados en el pasado encuentran rápido olvido en los últimos que padecemos. Es más de lo mismo, sentenció.
Una mano lava la otra y ambas sucias quedan animosamente maquilladas por el discurso acusatorio de quién es peor, por el slogan poco creativo y la campaña de promesas nunca cumplidas. Quedé medio turbado por la desnuda confesión de tantas verdades juntas, dichas con voz de pueblo por alguien que no conocía.
De pronto interrumpió el monólogo otra figura algún funcionario del gobierno, igualmente decepcionado, que inopinadamente reveló una estrategia para salir de la trampa en el corto y mediano plazo. Sin indagar sus intenciones, lo propuesto me sonó lógico e inteligente. Calladamente, como en susurro, sentí que dijera: -si se vota por Danilo y gana, se matan tres pájaros de un tiro. No solo se eliminaría a Papá y su populismo, al propio Danilo, resbalando en el palo encebao de su propio gobierno, sino también a Leonel, el verdadero adversario, el más peligroso. El pueblo ganaría por partida múltiple. Ello daría lugar a que, después de la contienda electoral, no resueltos los males existentes, los partidos tradicionales se afanarían en buscar nuevas opciones, caras nuevas, un liderazgo vigoroso, renovado, más probo y confiable, no contaminado, para poder luchar y salir airosos ante el empuje de partidos y fuerzas emergentes, progresistas y revolucionarios.
Se podría vaticinar hasta el fin del borrón y cuenta nueva. El advenimiento de un nuevo ordenamiento jurídico político institucional que se respete; verdaderamente democrático, con los beneficios que tiene para la nación un real Estado Social de Derecho que garantice las libertades públicas, los derechos humanos, defienda el patrimonio del Estado, combata la corrupción, la criminalidad y la impunidad y procure, por encima de todo, la idoneidad y transparencia de sus funcionarios, gobernando con justicia y equidad, solidario con las necesidades del pueblo y sus legítimas aspiraciones, terminó diciendo, esfumándose cual fantasma. Y fue ahí cuando, abruptamente, despertando de mi extraño sueño, asomó en mis labios una cierta sonrisa.