Ahora que la ciencia y la tecnología han avanzado de manera notable en términos de cirugía y trasplante de órganos, curación de cáncer y particularmente en oftalmología donde el astigmatismo, la miopía o las cataratas, pongamos por caso, se resuelven con una operación que dura apenas unos cuantos minutos y pone al paciente afectado como nuevo con una visión privilegiada, excelente: 20-20 y más allá, no deja de ser sorprendente, me digo, que un estratega político experimentado, tan avezado, de la talla del presidente Danilo Medina, no se hubiera percatado de lo que estaba a la vista de todos: el desmadre del “danilismo”, una vez este se viera obligado a renunciar a su sueño onírico: reformar la Constitución y postularse por su partido, para gobernar el país por “saecula saeculorum”.
Encontró el creciente rechazo de partidos de la oposición y de su propio seno, de la sociedad civil indignada, la influencia de un representante calificado del gobierno imperialista del presidente Trump y en gran medida la prensa y las redes sociales, no habiendo pensado nunca con todo el poder y los recursos del Estado en sus manos, en un posible fracaso ni en la necesidad de un relevo dentro de sus filas que pudiera suceder y evitar lo sucedido tomando entonces la peor decisión: alentar a todos los aspirantes danilistas deseosos de cruzarse “la noña” y continuar su brillante y exitosa carrera de gobernante ofreciéndole a todos y a cada uno de ellos por igual, su apoyo irrestricto.
Estando consciente de que ninguno de ellos ni todos juntos tenía el carisma, la fuerza y los recursos necesarios para arrastrar la millonaria cantidad de votos para conquistar el poder en las urnas. dándose cuenta de su metedura de pata, escogió otro nuevo delfín, Gonzalo Castillo, ministro de Obras Públicas, su socio en numerosas obras grandiosas contratadas con su patrocinio, olvidando el compromiso con los demás líderes de su línea política contrarios a la elección de su rival, Dr. Leonel Fernández Reyna, único candidato potable, no sin eructos, con potencialidad y capacidad de captar, al margen de toda encuesta los votos que garanticen lo que es el objetivo común del Partido: Su permanencia en el poder contra viento y marea.
El juego no está trancado, se abren nuevos caminos. La oposición y un sector importante de la población padecen del mismo mal. Dividida e igualmente obnubilada, sin saber qué hacer, sin un proyecto de nación que la comprometa y guíe por el recto camino del cambio y de la regeneración política nacional, no alcanza a distinguir su verdadera misión en un momento crucial de nuestra historia.