Entre los ciudadanos dominicanos hay una preocupación perturbadora producida por el alto nivel de violencia que se ha desatado en los últimos tiempos en el país.
En un día a día los medios de comunicación dan a conocer de forma alarmante crónicas espeluznantes sobre derramamiento de sangre.
Las cosas van desde los hogares hasta las calles de nuestras ciudades.
El seno familiar y las relaciones de parejas figuran en la lista roja con los permanentes asesinatos de mujeres a manos de hombres, esposos o concubinos que descargan un odio salvaje e inmisericorde.
Al salir de la casa uno debe andar con todas las precauciones del mundo para evitar ser víctima de delincuentes desalmados que hasta por una simple bagatela le arrebatan la vida a cualquiera.
Es difícil encontrar un punto geográfico en esta nación que esté libre de este maldito flagelo.
El complejo y altamente articulado negocio de las drogas enturbia aún más el tétrico panorama.
El mercado del narco no sólo corrompe individuos e instituciones, sino que destruye el futuro y los valores de las nuevas generaciones en la nación.
Un alto porcentaje de los jóvenes ya no ven en los estudios ni en el trabajo honrado el referente de superación.
La maldad se aprecia como el camino corto para llegar a obtener-y de manera rápida-todo cuanto se desea.
Algo hay que hacer.
Nos resistimos a pensar que la capacidad de nuestros jueces, congresistas, autoridades, instituciones y sistemas de control estén muy por debajo de los desestabilizadores de la paz pública y del sosiego.
Los ciudadanos pedimos acciones contundentes y rápidas.
No se puede permitir que se siga agrandando cada vez más el daño que en término de imagen se le hace a nuestra sociedad y a nuestra nación.