Numerosos artículos de origen industrial, esenciales para la mayoría de los consumidores, no reflejan en sus precios, colocados desde antes en un indetenible proceso ascendente, las reducciones de costos de la post pandemia con caída en los fletes y la energía; ni la estabilidad del mercado cambiario dominicano porque el peso se sobrevaluó pero no alcanza; ni los éxitos de la inversión privada alimentada evidentemente por rentabilidades altas que han hecho crecer y modernizar descomunalmente a tantos entes de la intermediación y las importaciones.
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La carestía luce incólume en términos generales aunque el Gobierno mande algunos camiones repletos de víveres y otras minucias vegetarianas para usos culinarios hacia 20 mil colmados, una exigüidad en el mayúsculo sector de las pulperías que no hará mella en las urgencias de comer, vestir, transportarse, abastecer mochilas escolares; alacenas y refrigeradores con adquisiciones obligadas que no salen del campo que no pare mantequilla, quesos y lácteos en general, pastas, salsas, una gama de embutidos y tantas otras cosas procesadas que no pueden faltar. Provienen en su mayoría de fabricantes e importadores que ponen las cosas un chin más cara cada vez. Una marejada de alzas que se llevaría de encuentro cualquier barrera oficial. El programa «A comer del campo al colmado» es paja para la garza que hace reír a los turpenes del lucro que tienen al país apartado del proceso que normaliza la economía mundial.