Imponerle a la ciudadanía que estará obligada acudir a las mesas electorales a depositar su voto, sería una muy mala idea la cual ni siquiera podría considerarse parida de cabezas bien amobladas, como se diría de los intelectuales que pudieran estar incubando esa absurda idea para hacerse los graciosos con un escaso segmento de la población y un rechazo generalizado.
La población sensata que vive el comportamiento del votante dominicano en los últimos procesos electorales se da cuenta del desgano ir a votar motivado por el pobre mensaje de motivación de los candidatos y de que todo será igual de lo mismo. Los aspirantes son fichas conocidas que así lo han probado en sus indelicadezas cometidas en cargos públicos desempeñados donde salieron con tremenda cola que les obligaría a ser mas discretos en sus conductas post empleo que se reflejan en la opulencia de sus diversas residencias en comparación en las que vivían cuando no eran ciudadanos favorecidos por un cargo gubernamental.
Insistir en el voto obligatorio serviría para dar origen a una escasa concurrencia a los colegios electorales con lo que la abstención superaría los limites nunca vistos en el país dejando las urnas semivacías y los elegidos no representarían una indicación válida de la aceptación en el electorado por sus preferencias.
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El voto libre, a opción del elector en un régimen democrático libre de indelicadezas, es un ejercicio libérrimo del voto y es hasta ahora la garantía de la ciudadanía para apoyar seguir viviendo en democracia. Si bien ocurren tremendas abstenciones es señal de que los candidatos no ofrecen atractivos por una falta de carisma o por su conocida historia de indelicadezas. Son fichas reconocidas en actuaciones anteriores en el ejercicio oficial y luego, después de las contiendas electorales, en donde dieron muestras de incapacidad y mano fácil para el uso indebido tanto de recursos oficiales como de conductas indignas con el uso de los equipos e instalaciones que estuvieran a su cuidado.
Pretender que el votante se desplace obligatoriamente a los colegios electorales sería una acción muy desproporcionada para nuestra democracia, que si bien aparenta fortaleza ya en su mayoría de edad, por todo lo vivido desde 1962, siempre queda el residuo del pasado de esos primeros años democráticos que hace aflorar en los gobiernos autoritarios sus verdaderas intenciones y predispuestos desempolvar hazañas del pasado y resucitando acciones draconianas que harían tambalear la frágil democracia cuya fortaleza es circunstancial. Vivimos en una democracia frágil sostenida por el cambio de mentalidad del dominicano que ahora busca mejorar de posición social a como de lugar sin importar los medios para lograrlo.
Sería un esfuerzo fallido querer imponer por ley el voto obligatorio si ya después de 63 años se ejerce libremente esa obligación ciudadana que muy bien es libre y espontánea, sin las amenazas de una espada de Damocles legal en el cuello que pretenda obligar a cada ciudadano acudir a su colegio electoral cuando las ofertas muchas veces no convencen al votante. Esa es una de las razones fundamentales para ese alto nivel de abstención que se viene arrastrando en todos los eventos electorales del siglo XXI. Es que la oscura imagen de los candidatos impulsan al votante a no acudir a votar y así justificar que lo elegido es un pobre ejemplo de lo malo de la clase política beligerante.