El ayuno que yo quiero

El ayuno que yo quiero

Leonor Asilis

El pasado miércoles de ceniza dio inicio a la Cuaresma, un tiempo en el que la Iglesia nos invita a disponernos interiormente durante 40 días, al igual que Jesús nuestro Señor pasó en el desierto, preparándose para la Pascua que celebraremos en Semana Santa, donde se ofreció como cordero para morir en una cruz y expiar nuestros pecados para nuestra salvación.

La Iglesia nos recomienda las prácticas cuaresmales: el ayuno, la limosna y la penitencia.

Este tiempo es muy fructífero si sabemos aprovecharlo y reflexionar sobre nuestras vidas, arrepintiéndonos de nuestros pecados y creciendo en nuestra relación con Dios. También es un momento ideal para abrir nuestros ojos y reconocer de una vez por todas a Jesús en nuestros hermanos y ayudarlos a través de obras de caridad y servicio.

Hoy reflexionaremos especialmente sobre la práctica del ayuno con el profeta Isaías 58, 1-9a (lectura del día en que escribo estas líneas).

Pido al Señor que al desmenuzar los siguientes versículos, nos motiven a hacerlos vida en nosotros.

«Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas». Cuánta tela que cortar usando el lenguaje de los costureros… Y es que el profeta no se limita a los casos penales de la justicia. Va mucho más allá. Cada uno debe mirar a su interior y revisar a quién oprime, incluso con palabras hirientes y dañinas.

Sigamos con Isaías: «Desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos»… Seamos claros, no podemos ser santos si ni siquiera llegamos a ser justos.

Continúa diciendo: «partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo»… Isaías preparó la gran enseñanza de Jesús, también Maestro, cuando dio su gran sermón en la montaña sobre las bienaventuranzas. Como podemos ver con los ojos del alma, se trata del manual para llevar el amor de Dios a la práctica.

Como si fuera poco, chequeemos lo que sigue: «Y no desentenderte de los tuyos». Es como si nos advirtiera que el prójimo más cercano es el próximo, la familia, y luego seguir más allá.

Aquí llegan las promesas de lo que nos espera si seguimos estas recomendaciones del Altísimo: «Entonces surgirá tu luz como la aurora, en seguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: ‘Aquí estoy'».

Creo firmemente que todo está dicho, solo nos resta decir manos a la obra, y la manifestación del Señor será contundente. Así sea. Amén.»

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