El baile de las maipiolas

El baile de las maipiolas

LEO BEATO
El término de «maipiola» tiene una connotación muy dominicana. Equivale a lo que en castellano clásico podría llamarse «alcahuete». En el lenguaje de burdel shakesperiano equivale a «madam» y se refiere a la jefa de un centro nocturno de trabajadoras sexuales, el oficio más antiguo de la tierra.

De acuerdo con el periodista Charles Taylor eso es exactamente el término que se le debe aplicar a los congresistas estadounidenses, sobre todo en estos días de dimes y diretes sobre la reforma inmigratoria y de chismecitos baratos con la Casa Blanca, en lugar de llevar directamente a juicio al presidente George W. Bush por crímenes de estado. Hay quienes están exigiendo a Nancy Pelosi, la presidenta de la Casa de Representantes (Speaker of the House) que abra un proceso legal (Impeachment) contra el presidente George Bush y su Vice, Dick Cheney, acusándola de no estar cumpliendo con su deber de acuerdo a la Constitución, por haber declarado que «no existe ninguna razón para hacerlo».

Una cosa está bien clara, sin embargo, la realidad de los indocumentados es parecida a la ley de la termodinámica de que lo caliente siempre fluye hacia lo frío. Se trata de un equilibrio natural incontenible por más muros que se construyan para evitarlo. Mientras hayan leyes injustas y no se eleven las condiciones de vida del otro lado del Río Grande, el flujo de inmigrantes desde el otro lado (donde se ganan cinco dólares al mes o a la semana), hacia este lado (donde se pueden ganar más de cinco dólares la hora), será imparable. Es una ley de la vida como la misma corriente del Río Grande. Esto ha estado sucediendo desde el principio del mundo y nadie lo va ahora a parar. El pretexto de que estos inmigrantes son los culpables del terrorismo fabricado y de todo lo que anda mal en este país de inmigrantes es ilógico e inadmisible. Es una manera de tergiversar la realidad buscando un chivo expiatorio. De hecho, en lugar de identificar a los indocumentados con el terrorismo de estado que existe hoy día en los EE.UU. hay que atacar al problema en su raíz. No existen pruebas fehacientes de que ellos son ladrones de bancos ni asesinos a sueldo, ni muchísimo menos de que posean armas de fuego para hacer fechorías.

Sencillamente vienen a trabajar. Hasta los animales salvajes tienen derecho a no morirse de hambre en sus guaridas. Este gran país representa menos del 6% de la población mundial y controla más del 60% de los recursos naturales de todos los demás países del mundo. Es natural que vengan en busca del «sueño americano». De acuerdo con algunos sociólogos, el desplazamiento laboral fluye del sur hacia el norte tanto en América como en Europa, debido a la injusticia inherente a sistemas donde la distribución de las riquezas está totalmente desbalanceada. Estos, a su vez, crean un desempleo masivo que impulsa a las masas desplazadas a buscar mejores horizontes donde sea y a como dé lugar. El patético caso de las masas subsaharianas en Europa es la mejor ilustración. El Secretario de la ONU, Ban Ki moon, declaró en Ginebra junto a Javier Solana, jefe de la política exterior de la Unión Europea, que «en Occidente vive el 14% de la población mundial recibiendo más del 75% del ingreso total global y que es natural que las personas desplazadas por este desequilibrio acudan en busca de compartir esa abundancia». Pero existe algo fundamentalmente contradictorio en estos días de terrorismo de estado, donde hay que encontrar a alguien que cargue con la culpa: los indocumentados, que de hecho han estado aquí desde el principio.

De acuerdo con el Artículo I, Sección 3 de la Constitución «solamente el Congreso tiene la facultad de declarar una guerra». Es decir, que la mal llamada guerra de Irak es inconstitucional, además de haberse usado dos colosales mentiras para iniciarla y mantenerla: armas de destrucción masiva y una conexión directa entre Osama Bin Laden y Sadam Hussein en el ataque terrorista del once de septiembre en Nueva York. Se engañó a todo el mundo y todavía se pretende seguir engañando para justificar esa «guerra ilegal». En el Artículo III, Sección 3 de la misma Constitución se detalla la obligación del Congreso de juzgar a los gobernantes, cuando éstos cometen acciones criminales en contra de la Nación. ¿Qué otra cosa ha sido la guerra de Irak? Una guerra ilícita e ilegal contra una nación que no había atacado a los EE.UU. basada en dos grandes mentiras y en violación a la Carta Magna de la República. ¿Y qué hacen los congresistas de turno? Meter la cabeza como aturdidos avestruces en el hoyo de la divagación bipartidista para desviar la atención y justificarse a sí mismos por no haber cumplido con su responsabilidad constitucional. Por lo menos así piensa Charles Taylor. De ahí que el epíteto de maipiolas les viene como anillo al dedo, además de otras omisiones e irresponsabilidades que irán poco a poco saliendo a la luz y que la historia algún día tendrá que juzgar. Debieran de actuar como hicieron sus antepasados en el 1973 con Richard Nixon, después del escándalo de Watergate.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas