El baile de los superlativos

El baile de los superlativos

FABIO RAFAEL FIALLO
Desde hace varios meses se lleva a cabo en los medios de prensa del país una curiosa competencia, o mejor dicho un pugilato, en torno al lugar que les corresponde ocupar en nuestra historia a tres figuras claves de la política dominicana del siglo XX: Trujillo, Balaguer y Bosch. En algunos casos se ha sugerido dar a un sitio público el nombre del tirano; en otros, trasladar a nuestro Panteón los restos del Doctor o los del Profesor. Pero allende las propuestas y opiniones formuladas, lo que caracteriza ese debate es el uso sistemático de superlativos: el más importante, el más grande, el más influyente, el más prestigioso, el más productivo, el más capaz, epítetos frecuentemente utilizados, como en un libro de récords, para hacer valer los quilates de tal o cual de estos personajes con respecto a los demás. 

No tengo la menor intención de sumarme a la discusión. Lo que sí me propongo, por el contrario, es descubrir cuáles son las lecciones que de la misma se pueden extraer.

En primer lugar, ¿ha notado usted, caro lector, que entre los promotores de esa polémica los luchadores antitrujillistas brillan por una ausencia total? Ningún desafecto del régimen, ningún superviviente de la gesta de Constanza, Maimón y Estero Hondo, ningún miembro del heroico Movimiento 14 de Junio o del pionero Partido Socialista Popular se encuentra entre quienes manipulan superlativos a favor de los personajes en cuestión. Destacados antitrujillistas han desde luego denunciado el escándalo moral consistente en sugerir que el nombre de Trujillo figure en un sitio público del país o que los restos de Balaguer sean llevados al Panteón Nacional. Sus denuncias les han valido, dicho sea de paso, la réplica de nostálgicos de la Era, quienes llevan inmediatamente el debate al terreno en el que ellos están acostumbrados a lidiar, es decir, el de las bajezas, tildando de resentidos o mediocres a sus contendedores.

Es cierto también que algunos antitrujillistas o sus descendientes han dado testimonio de simpatía y admiración por el Profesor Bosch o por el Doctor Balaguer. Pero ninguno, a fin de apuntalar su opinión, se ha incorporado a la zarabanda de superlativos a la que hago aquí alusión.

¿Acaso este fenómeno es fruto de la casualidad? No, caro lector. Por principio, por instinto, por estilo, quienes encararon la dictadura con denuedo nunca han sido propensos a verter ditirambos en honor de alguno de sus coetáneos, por más ilustre y encomiable que éste pudiese ser.

Siendo yo adolescente, mi abuelo Viriato Fiallo me dio a conocer una frase de Montaigne, célebre pensador francés del siglo XVI, que constituye de por sí un alegato en pro del espíritu crítico y la independencia mental: “Quien sigue a alguien, no sigue nada. No encuentra nada. No busca nada”. Frase lapidaria que refleja a la perfección la axiología del antitrujillismo, en las antípodas del derroche de alabanzas que vemos esparcirse hoy.

En realidad, eso de loas a la gloria de alguien constituye uno de los atributos propios de quienes durante la nefasta Era se impregnaron del estilo vehiculado por la prensa escrita, televisiva y radial de la tiranía. De ahí que sean figuras egresadas de la escuela del trujillismo quienes descuellan en la polémica que nos ocupa aquí.

Jefe, Doctor o Profesor. Los ídolos cambian. Pero los idólatras no. Porque la idolatría es consubstancial al esquema mental que a sus colaboradores el tirano inoculó.

Por supuesto que es natural y meritorio proclamar admiración y respeto por tal o cual personaje de la historia que ha influido en nuestra manera de pensar y de actuar. Pero entre esa digna actitud de un lado, y transformar el análisis histórico en un torneo de superlativos del otro, existe un insalvable abismo mental.

Esa es pues la lección de estilo que de esta sazonada polémica podemos extraer. Existe además otra lección, más profunda aun, que vamos enseguida a examinar.

Los tres personajes antes aludidos marcaron sin duda más que cualquier otro nuestra historia reciente. Ahora bien, el hecho de que sean esos personajes quienes configuraron nuestro siglo XX guarda una estrecha relación con el curso desafortunado que ha tomado la República Dominicana. Me explico.

Trujillo fue un sátrapa despiadado que, por desgracia para nuestro pueblo, imprimió un sello tan indeleble como devastador en nuestra historia. Balaguer no fue ciertamente un sátrapa; pero no por ello se privó de emplear, sin moderación ni escrúpulo, medios más que impugnables con tal de mantenerse en el poder. En cuanto a Bosch, fue él quien supo catalizar mejor que nadie las esperanzas populares a raíz del ajusticiamiento del tirano; pero no por ello deja de tener con su “Borrón y cuenta nueva” y otros posicionamientos de la misma índole una influencia innegable en la banalización del trujillismo que dio pie a la rehabilitación política de Joaquín Balaguer y a la instauración de la impunidad como rasgo característico y perdurable de la política dominicana. Por ello no puede extrañar sobremanera que, en repetidas ocasiones, hayamos visto a defensores de Bosch prodigar elogios a Balaguer, y viceversa, demostrando de esa forma estar movidos por criterios no muy disímiles entre sí.

Llegamos así, caro lector, a un elemento adicional, y de talla, que ha impulsado a los luchadores antitrujillistas a mantenerse en un segundo plano o más bien al margen de la polémica que analizamos aquí. ¿Con quién, en efecto, estarían esos luchadores dispuestos a identificarse plenamente? En todo caso no con Trujillo o Balaguer. Entonces, ¿con Bosch? Pero, ¿pueden ellos sentirse representados cabalmente por un líder político cuyo “Borrón y cuenta nueva” envió a las calendas griegas la destrujillización de nuestro país en un momento en que la misma era viable amén de imprescindible?

Visto de ese ángulo, la ausencia de reconocidos antitrujillistas en el debate a propósito del dominicano más importante del siglo pasado constituye una manifestación muda de decepción, y reprobación, ante la situación que durante las últimas décadas ha prevalecido en la República Dominicana, situación que está lejos de conformarse con los objetivos y esperanzas que animaron e infundieron valor a esos insignes compatriotas cuando se enfrentaban gallardamente, hipotecando sus vidas, a la tiranía que nos sojuzgó.

El veredicto final, la historia lo habrá de pronunciar, como de costumbre, después de un trabajo sopesado y sereno al margen de quienes participaron directamente en los hechos a enjuiciar. Y no son las alabanzas de hoy las que la van a influenciar.

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