El ballet “Cascanueces” en el Teatro Nacional

El ballet “Cascanueces” en el Teatro Nacional

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
Durante cuatro años consecutivos (2000-2003) el Teatro Nacional hizo tradición con la presentación del ballet “Cascanueces”, bajo el eslogan de “El más bello espectáculo de Navidad”, así como con la recreación en sus jardines, de la “Villa de la Navidad”. Retomar la tradición de presentar este ballet nos parece importante, porque las tradiciones, sobre todo las de este tiempo pascual, son hermosas.

El ballet “Cascanueces” está inspirado en el cuento del músico y autor prusiano Ernest T. Amadeus Hoffmann, “El Cascanueces y el Rey de los Ratones”, publicado en 1819 en los “Fratelli di San Serapione”, a través de la versión de Alejandro Dumas. En esta hermosa fábula se mezclan las ilusiones de la infancia y la oscuridad del inconsciente. El sueño-deseo de Clara, que quiere ver en el juguete al príncipe que la amará y la llevará consigo, se ve amenazado por seres malignos –los ratones-, y por los temores nocturnos suscitados en los niños por el desapacible mundo subterráneo. Hay en todos los personajes del cuento una duplicidad a partir de Drosselmeyer, amigo de la familia que ama a los niños y es al mismo tiempo un evocador de magias no muy claras. La figura del príncipe Cascanueces es más simple, cuya mutación depende de la voluntad de identificación de los otros. La imagen de Clara es la de la niña que expresa sus deseos de femineidad y crecimiento, y el mundo que la circunda es fatuo, divertido y cruel –las travesuras de Fritz-. La naturaleza de la fábula en su simbolismo, busca la belleza y la bondad, a veces escondida tras el desagradable rostro de un personaje.

Marius Petipa escribe el libreto para el ballet Cascanueces, y respetando la esencia de la fábula, altera y simplifica la historia de Hoffmann. La música compuesta por Piotr I. Tchaikovski es una de las más geniales y brillantes compuestas para ballets, con vida autónoma como “Suite”. En el plano coreográfico, Lev Ivanov construye una gama de exquisiteces, fantasías y personajes fabulosos, que han hecho de “Cascanueces” uno de los más famosos y más presentados ballets en todo el mundo, constituyéndose en el espectáculo de Navidad por excelencia en los grandes teatros.

EL ESPECTÁCULO

A partir del libreto de Petipa, el ballet ha experimentado cambios en las versiones de los diferentes coreógrafos. Carlos Veitía cuenta con el aval de haber realizado múltiples versiones de este ballet, imprimiéndole a cada una de ellas su particular enfoque. Sin embargo, esta nueva entrega de “Cascanueces” es la más insustancial de cuantas le hayamos visto. La puesta en escena carece de ilusión, de magia, elemento vital que sustancia este ballet fantasía. La exclusión de personajes como Fritz, resta teatralidad a la escena, elimina el contraste y limita la participación de Drosselmeyer como mago y hacedor y componedor de juguetes.

El primer acto con sus personajes reales, transcurre en el salón de la casa de los Silverhauss, hermoso y austero, con pocos elementos. La llegada de Drosselmeyer, apenas perceptible, nos muestra a un Miguel Lendor ausente, desprovisto del histrionismo del que siempre ha hecho gala. Las muñecas mecánicas –múltiples en esta versión, no logran autenticidad, y el cambio del virtuoso muñeco moro, por un oso, de poco movilidad, resta atractivo. El personaje de Clara –Mikaela Selman- jovencita de gran talento, mantiene sus características. Su participación se ve limitada al no participar del encantamiento que se produce en la escena, donde todo crece y se esfuma. La colocación en un primer plano lateral del árbol de Navidad, le resta impacto.

De la escena de la batalla entre ratones y soldados, surge el héroe de la contienda, el Cascanueces –Carlos Carreras– luego convertido en príncipe. Este jovencito logra captar la atención, su figura de adolescente es elegante, hermosa, la nitidez en los pasos, la armonía en los movimientos y la elevación en los saltos, son muestras de sus magníficas condiciones para la danza clásica. Pocas veces tenemos la oportunidad de ver un niño bailarín, sólo recordamos el caso de Juan Fidel Mieses, hoy convertido en el profesor de Carreras. De seguir en esta disciplina, nos encontramos frente a un futuro gran bailarín.

El paso a la plácida escena de las nieves carece de encanto. La escueta escenografía, desprovista de fantasía, convoca a los copos en una difusa danza que no logra proyectar el desnivelado grupo. Pastora Delgado, con su exquisita figura clásica, junto a Armando González, –reyes de las nieves– ofrecen el mejor momento por la calidad de su danza.

El onírico segundo acto abre con el episodio de los ángeles, cuyos desplazamientos, más que una danza, permite múltiples formaciones. La característica de estos desplazamientos comúnmente, es la sensación de plasticidad que produce la movilidad constante en vuelo rasante, de los ángeles. Esta característica antes lograda, no se produce, más bien los ángeles marchan con pasos marcados. La utilización del blanco en la vestimenta es visualmente atractivo y se adecua al ambiente.

El divertimento “En el país de los dulces” transcurre en un espacio escenográfico de poco atractivo. El empleo de los arcos árabes, utilizados en entregas anteriores, tiene como contraparte un telón de fondo, extravagante, que lejos de embellecer, rompe la armonía, y desvía la atención. Las danzas de carácter se suceden sin provocar expectación. El Trepak ruso con cinco bailarinas, logra proyectarse, sin alcanzar las proezas propias del género. La danza árabe, interpretada por Silvia Crespo, es la mejor lograda. El vals de las flores, uno de los más hermosos momentos, a cargo del Ballet Contémpora de Santiago, luce desarticulado, la pobre coreografía, el poco nivel del grupo, nos remiten a veladas de épocas ya superadas.

La entrada de “Mother Ginger” y su tradicional vestimenta es siempre efectista. Gracielina Olivero con la gracia habitual, es perfecta para este personaje. Lisbell Piedra y Armando González en el bellísimo “pas de deux” tienen una buena actuación, mejor en el propio paso a dos, que en las variaciones, y en la coda final, logran motivar los aplausos del escaso público que se dio cita la noche del estreno.

Tenemos la impresión que este “Cascanueces”, no tuvo el tiempo necesario para su concepción y ensamblaje, una muestra de esto es la falta de coordinación en las escenas y en los grupos, y la pobre  iluminación, determinante para este montaje.

La atmósfera del Teatro y su entorno, desprovista del espíritu de la Navidad, de alguna manera se reflejó en este “Cascanueces”. Esperamos las próximas entregas de Veitía, con la calidad a la que nos tiene acostumbrados.

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