El becerro de oro

El becerro de oro

RUBEN ECHAVARRIA
En este país ocurren cosas que asombran a cualquiera. Cosas como las manifestaciones de solidaridad de moradores, en Elías Piña, con el capitán y empresario acusado de «importar» un camión de cocaína con un coronel adentro. O la ocurrida en el sepelio de un joven miembro de una pandilla barrial en Capotillo, envuelto como patriota en la bandera nacional. Del capitán o empresario se ha dicho que distribuía alimentos o dinero a miembros de esa provincia, y a quien le dan agradece sin importar gran cosa la procedencia del regalo. De ahí, tal vez, las muestras solidarias de muchos después de su arresto.

Por otra parte el pandillero, muerto según se afirma en un enfrentamiento entre bandas rivales, bien pudo haber sido una persona temida por la mayoría en su barrio y admirado por unos pocos capaces de atribuirle categoría de héroe.

De ahí, quizás, su comentado sepelio con la comentada bandera.

Tales sucesos (repeticiones superadas de otros), no deben sorprendernos. Hemos presenciado casos, aunque de naturaleza diferente, no menos espectaculares.

El sensacional caso, por ejemplo, de los carros y yipetas lujosas que desaparecían por arte de magia y aparecían meses después en las manos prodigiosas de magos uniformados, que uno de esos sucesos importantes.

O aquel fraude o terremoto bancario que sacudió la isla y sus siete millones de sobrevivientes, sacando al descubierto no sólo a sus peces gordos sino hasta las sardinas, que a través de sus medios prodigaron solidaridad al protector de turno y su hecho delictivo.

Y es que hemos vivido en el mundo de la doble moral, el mundo del becerro de oro donde casi todo se compra y casi todo se vende, el mundo donde por miedo o complicidad lo malo se permite, se aplaude, o se tapa.

Hemos vivido en el mundo de la delincuencia y la criminalidad, el mundo de los Mazurca y de los Everest, extrañados del país los unos y asesinados los otros, por saber demasiado o por hablar demasiado.

Hemos vivido el mundo de la impunidad, en medio de la Hydroquebec y las tarjetas de crédito, de las Edes y la Reforma Fiscal, del Renove y el Peme entre las garzas del Aeropuerto del Higüero y el vertedero de Duquesa, los gobiernos y  el narcotráfico.

Hemos vivido en medio del famoso fondo y el famoso Metro, del famoso Congreso y el famoso Código, de los treinticuatro niños violados sin misericordia como si aquí nada hubiera ocurrido.

Hemos vivido y vivimos, simplemente, en un mundo espectacular, pero injusto, el mundo de los valores invertidos, en nuestro mundo.

Que debe cambiar.

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