“El Benefactor” (1)

“El Benefactor” (1)

El adjetivo “benefactor” es una curiosa travesía por la elusiva idea de la condición humana. Proviene de una acepción griega “bene” (bien), y de facere (hacer); pero asociado con la raíz indoeuropea DEU remite a poderoso, a adorar, a hacer algo que se restituye, de alguna manera, en un poder. En la larga tradición autoritaria de nuestro país el trujillismo la desacreditó, y pasó a formar parte del arsenal de la jerga que la empleaba para adular al tirano. La literatura trujillista solía comenzar la historia de la administración, aludiendo al ciclón de San Zenón, que se desató sobre el país el 3 de septiembre de 1930. Trujillo había tomado el poder el 16 de agosto de ese mismo año, de modo que la empresa de la reconstrucción de la ciudad por parte del régimen se convirtió en el primer vaho sagrado que arribó al mito.
El ciclón azotó la agricultura de la zona sur y este del país, y de siete mil viviendas existentes en la ciudad de Santo Domingo, cuatro mil de ellas fueron derribadas, y el número de muertos se calculó en más de dos mil, entre una población entonces cercana a los sesenta mil habitantes. Los resultados de la “reconstrucción” fueron elevados a épica nacional, convirtiéndose en un momento epónimo (de ahí surgió la idea de cambiarle el nombre a la ciudad de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo), y particularmente fortalecedor del proyecto totalitario. Toda la exaltación trujillista del déspota como “constructor de una Patria Nueva” se convirtió en una semiología que contraponía la ignorancia, la barbarie y el primitivismo del campo, con el surgimiento de una potente ciudad que el régimen levantó de sus cenizas. Trujillo pasó a ser el “Benefactor”, el “padre de la patria nueva”, y la añeja ciudad de Santo Domingo se transformó en Ciudad Trujillo, una muestra tranquila de la modernidad, del progreso. El propio Trujillo, ya revestido del título de “Benefactor de la patria”, en un discurso del 4 de abril de 1931 se automagnificó, proclamando: “La naturaleza (…) se ha empeñado también en obligarme a cumplir mediante esfuerzos que superan mis posibilidades este ideal de mi vida. Es así como, cuando apenas habían transcurrido algunos días de haberme hecho cargo del gobierno, se desencadenó sobre la ciudad capital la más grande contingencia que ha podido abatir el ánimo de nuestros conciudadanos: el huracán del 3 de septiembre”. El “Benefactor” se echaba a andar.
La toma del poder por el proyecto trujillista tenía, sin embargo, características particulares, porque revistió la forma de una exagerada concentración de factores en la persona del dictador. Trujillo tenía el dominio total del ejército que había formado personalmente, luego de la retirada de las tropas norteamericanas en 1924. Logró el dominio pleno del poder político, después de 1930, y dispersó por la violencia toda la oposición tradicional organizada. Usando el aparato del estado, en un tiempo muy breve, sus riquezas personales tenían un peso específico superior al de toda la débil burguesía nacional junta. Esta suma de factores permitió que el trujillismo se alejara cada vez más de su base material, y que su gestión de estado no respondiera a la eficacia de un sistema en nombre del cual una clase ejerce el poder. En la práctica, Trujillo sustituyó a la burguesía. Sobre esa gigantesca deformación estructural, se articuló la economía con la ideología, que se invistió también de esta deformación, y se impuso al país la simbología discursiva del régimen y sus valores fundamentales. El “Benefactor” era un símbolo agobiante de la estructura de dominación.
¿Puede surgir otro “Benefactor” en el país dominicano del siglo XXI, como denunció Leonel Fernández en un discurso? ¿Es posible reproducir ese discurso jergal del autoritarismo proclamándonos un nuevo “Benefactor”, del nuevo “Mesías”? Veremos en el próximo artículo las condiciones materiales que llevan al lenguaje jergal del lambonismo, y las particularidades que caracterizan al nuevo “Benefactor de la patria”, según el Ministro Gonzalo Castillo.

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