El beso y el cerebro

El beso y el cerebro

En este mes del amor y la amistad, no pretendo tener la inteligencia de un Confucio, o un Descartes, o un Bernard Shaw, filósofos que por sus enseñanzas y profundidad han trascendido al tiempo. Sería una máxima estolidez de mi parte blasonar de filósofo y pretender que estos “conversatorios” dominicales puedan tener similar trascendencia a lo que han producido estos prohombres. Un artículo sobre este tema lo publicamos en el 2014.
Las acciones de enamorarse y de besar que valoramos en ese entonces, continúa siendo hoy las mismas; la saeta de Cupido sigue flechando igual, todos los enamorados lo saben (lo celebraremos en 9 días). En esta oportunidad revisamos ¿qué hay de nuevo en el campo de los besos? Para eso examinamos la publicación más reciente sobre el tema: un trabajo en la revista Scientific American, MIND, calzado por Chip Walter, en su edición de otoño del 2016. La acción de besar la realizamos la mayoría de los humanos y como compleja acción ha sido estudiada desde muchas vertientes. El beso envuelve un coctel, que va desde el simple saludo respetuoso, como expresión del puro amor filial, aquellos que dejan recuerdos imborrables, hasta esos que logran la estimulación sexual. La valoración del beso desde un punto de vista antropológico explica por qué el 90% de la población mundial besa en los labios, a excepción de alrededor de un 10 % de la población que practica el beso esquimal, prefieren frotarse sus narices. Se considera que el beso común ha evolucionado desde la prehistoria, por la alimentación boca a boca por las madres gorilas a nuestros antecesores los primates.
Tal vez era también una especie de -calmante- cuando no disponían de más alimentos y se convirtió por evolución en una expresión de máximo afecto.
Las ferohormonas son mensajeros químicos (olores) silentes que las especies animales usan inconscientemente para provocar indirectamente estimulación sexual. Sabemos que el olfato es el más antiguo de los sentidos. Este provocador sistema erógeno en los humanos es muy controversial. Se acepta que entre las ferohormonas que más se producen durante el beso, en el hombre está el “androstenol”, que se presenta en el sudor masculino y excita a la mujer. En la vagina de la mujer, existen los “copulins”, que exacerban en el hombre los niveles de testosterona y aumentan la libido. Se ha ratificado que “el centro” del placer del beso en el humano está situado en la zona tegmental ventral y núcleos caudados derecho, situados en la profundidad cerebral. Son áreas cerebrales muy ricas en oxitocina y dopamina, que se estimulan cuando hay gratificación y gran placer. Son las mismas zonas cerebrales que se estimulan con la cocaína y otras drogas.
Los labios tienen la capa de piel más fina del organismo, pero por lo contrario nuestros labios están entre las áreas de mayor densidad poblacional de neuronas sensitivas por milímetro, más que ninguna otra región del organismo. Cuando besamos se inicia una cascada muy compleja donde se estimulan mensajeros neuronales y sustancias químicas para transmitir esas sensaciones táctiles, olfatorias, posturales, sentimiento de cercanía, de estremecimiento, gratificaciones, y de excitación sexual, que pueden llegar a la embriaguez. Asimismo, cuando besamos, las neuronas proyectan complicados mensajes al cerebro por las gratas reacciones que generan.
De los 12 pares craneanos que tenemos en la cabeza, cinco participan directamente al besar, pues desde los labios y la lengua enviamos entonces mensajes a las áreas sensorial y motora de nuestros cerebros donde valoramos corticalmente las complejas informaciones de sensibilidad, temperatura, sabor, humedad, presión –labios acolchaditos- el olor y la actividad motora de los músculos implicados en la placentera acción. En la corteza cerebral tenemos una gran representación fisiológica de los labios en razón de su exuberante innervación sensorial.
Ahora sabemos por qué esa gratificante y exquisita combinación de ensoñación, estremecimientos, parpadeos, mieles, perfumadas especies, aromas, tibiezas, tierno roce y rubor que produce el beso, y por qué puede originar verdadera adicción.
Nos comprometamos a “conversar” sobre la anatomía cerebral del amor. Nadie puede besar sin parpadear, hay besos que nos llevan a la gloria. ¡Qué maravilla!

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