El bien asustado por el mal

El bien asustado por el mal

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Querida Panonia; Praga es un lugar geográfico donde concurren numerosos laberintos europeos: en primer lugar, un laberinto político; también un laberinto artístico y cultural. Los «locos de Viena», personajes extravagantes de gran talento, no pueden compararse con los tipos praguenses que he conocido en la Taberna de la gallina gorda.

Los sujetos más interesantes de Praga son figuras patéticas. Algunos de ellos se sienten «europeos de segundo orden», que no es el caso de los intelectuales austriacos. Estos últimos esgrimen sus teorías, visiones u opiniones, con una suficiencia imperialista. Todos los vieneses piensan que lo que hacen y dicen merece difusión planetaria. Actúan como los papas de Roma: para la ciudad y para el orbe. Los escritores de Praga son «provincianos» que no esperan ser escuchados ni tomados en serio. Unos cuantos, más animosos y atrevidos, sueñan con viajar a París o a Berlín. Menos orgullosos, pero tan intensos y tenaces como los vieneses, los praguenses se aferran a sus convicciones lo mismo que lapas en un acantilado.

Acostumbrados a las presiones políticas de Alemania, de Rusia, de Austria, cuentan con la debilidad tanto como con la indignación. De ahí procede el enérgico espíritu de resistencia que les sostiene. Piensan apoyados en la dura tierra de la adversidad perpetua; en ocasiones con la resignación y la tristeza propias de quienes se saben condenados a pesar de ser inocentes. Dice Ignaz que asumen una actitud rebelde a través de la cual expresan, oblicuamente: «tengo razón en lo que digo pero nunca me tendrán en cuenta». Ignaz trata principalmente con jóvenes estudiantes, con emigrantes de Turquía y profesores universitarios; últimamente ha conocido muchos espías al servicio del gobierno. A través de ellos, y de algunos camareros indiscretos, se entera de sucesos horribles que no publica ningún periódico.

Como ya sabes, Ladislao escribe a Ignaz solicitando información acerca de Alemania, sobre la Universidad de Friburgo durante la Segunda Guerra Mundial. Hace poco escribió para recabar datos de un judío alemán, coleccionista de estampillas, que reside en las afueras de Praga. Las torturas en las comisarías de policía siguen siendo prácticas usuales en Hungría, en Checoeslovaquia y en varios lugares de la vieja Yugoeslavia. Ignaz   – estoy seguro de eso –   comunicará a Ladislao tu dirección en Hamburgo. Se la he pasado por escrito: Langeweile Strasse 120, Blankenase, Hamburgo; si hay algún cambio, corrígelo pronto. Ignaz reúne ahora documentos que se propone enviar a Cuba. En las Antillas, según parece, las torturas a los presos políticos son tales que pondrían los pelos de punta a los verdugos de Budapest y de Praga.

¿Recuerdas aquel policía húngaro de la época comunista, un tal Lázár Simulant, que gozaba martirizando frailes y monjas? ¿Qué luego se cambió el nombre dos veces y se hizo expedir tres actas de defunción? Pues bien, en las islas del Caribe hubo sujetos de la misma calaña. Ladislao tiene el expediente judicial de Ascanio Ortiz, un asesino cubano que despanzurraba a sus víctimas con un machete; en la isla de Santo Domingo vivió un sicario llamado Pocho Rifleta, al que faltaba una mano y apodaban «el manco del espanto». Trabajaba para el dictador Trujillo. Torturaba a los detenidos introduciéndoles en el recto un algodón mojado en alcohol al que luego prendía fuego con un fósforo. Me ha contado Ignaz que en La Habana existe una institución, a la cual se ha vinculado Ladislao, que investiga los antecedentes políticos de cada familia y mantiene un fichero riguroso. Un periodista de la República Dominicana ha preparado un libro: Bestiario del Caribe, donde se narran las atrocidades cometidas por asesinos a sueldo   dominicanos y cubanos   durante el gobierno del «generalísimo» Trujillo. Ese renombrado periodista, S. Stella V., da cuenta de un general del ejército, ex   convicto, de apellido Alcantaraza. Se dice que este tipo cortaba una falange de cada una de sus víctimas, a fin de llevar la cuenta de «los muertos que tenía en su haber».

Ignaz no se ha limitado a los asuntos de Alemania; cree su deber averiguar truculencias concebidas y ordenadas por dictadores hispanoamericanos. Como ves, la pasión por Ladislao es contagiosa. Ese general Alcantaraza ataba a los enemigos del gobierno a un árbol, propio de la isla de Santo Domingo, cuya savia atrae unas hormigas de picadura ponzoñosa, los embadurnaba con miel de abejas y los dejaba ahí varios días antes de matarlos con un fusil Mauser. Ignaz ha propuesto a un químico checo, al parecer muy inteligente, que reflexione acerca de cómo el mal logra a menudo acosar al bien; o sea, como los que utilizan el hierro persiguen a quienes sólo emplean la palabra. Un viejo espía eslovaco opina enfáticamente que el mal puede asustar al bien; pero jamás aniquilarlo. Recibe un abrazo cariñoso. Miklós. Praga, República Checa, 1993.

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