El bien perfumado tigre de Fernández Pequeño

El bien perfumado tigre de Fernández Pequeño

POR JUAN FREDDY ARMANDO
Como ha dicho Borges en un lugar del que no me acuerdo –y como ha muerto, tengo la ventaja de que tampoco él se acordará–, los escritores de verdad siempre recuerdan a otros escritores. No temen sentir su presencia en el texto propio, porque su personalidad es tan diferente y única que sus lecturas sólo sirven de telón de fondo para enriquecer los puntos de vista desde donde ver la materia artística. Luego le aplican su propia individualidad, transforman la herencia de tal manera que los resultados sorprenderían al heredado, que no imaginaría toda la riqueza creativa que podría dar el recurso. Es así como las lecturas de autores inspiran a otros, sin menoscabo de su originalidad.

Esto viene a propósito de Un tigre perfumado sobre mi huella, de José Fernández Pequeño, un libro de encuentros y desencuentros, en el cual se mueven los espíritus de algunos maestros del cuento. Claro, el autor los hace sentir, pero se impone su fuerza de escritor verdadero y propio, con todas las consecuencias de originalidad y visión personalísima de su mundo narrativo.

Libro de misterios, realidades y sueños. Viene a ser una mezcla de técnicas cuentísticas, de enfoques del quehacer narrativo, de teorías distintas entramadas en un conjunto que el autor ha dividido en tres grupos.

El primero: Lejanas y descabelladas virtudes. Es como si un pintor impresionista de repente quisiera escribir aplicando las mismas reglas de su pintar. El impresionismo se caracteriza por sus grandes manchones que, de cerca nos permiten distinguir bien de qué se trata. Tenemos que hacer como si tuviésemos que alejarnos o cerrar un poco los ojos, para ver como si miráramos los objetos bajo el lente de un cristal lluvioso. Una primera lectura cercana y directa, interpretando las palabras acogiéndonos al significado que les reserva el Diccionario de la Lengua Española, nos da una orientación necesaria para la segunda aventura.

Ahora, nos desplazaremos de ese significado del principio y sobre sus zancos saltaremos al río de lejanas y descabelladas virtudes. Pensaremos en el español cubano, en el español fernándezpequéñico, caribeño, y sobre todo, pensar en los fondos filósoficos que contienen. Eso nos permitirá viajar por un cuento como El cazador, en el que el autor toma un tema aparentemente intrascendente, simple, y lo convierte en una angustia existencial, en una obsesión dominante. Como si hiciésemos un acto violento al que estamos acostumbrados –el de cazar– y luego se nos convierte en un problema de conciencia, de dolor profundo. En estos notamos la influencia del autor del que se sirve Fernández Pequeño para el título: Lezama Lima, cuya oscuridad se diferencia de la de Alejo Carpentier en que no se basa en palabras técnicas y retruécanos verbales, sino en el uso limpio de la lengua sencilla, pero hilvanada de tal manera que nos deja como lectores el número suficiente de hoyos negros mentales como para diseñar nuestra propia interpretación de la historia. Kafka entra aquí en acción casi con la misma intensidad que influenció a García Márquez, a Galeano y a otros paradigmas narrativos de Latinoamérica.

Quizás sea un recurso propio del intelectual al sentir que hay ciertas rebeldías que es mejor manifestarlas acompañadas de sus corazas multi-interpretativas. Consecuencia de los desajustes que casi siempre hay entre la vocación y realización de la vida intelectual y los planes estatales, que con frecuencia no tienen un lugar donde el creador se sienta como un perro libre. Casi siempre el sitio que le otorgan apenas si le da para sentirse como perro en su casa: gordo, sano, fuerte y creyéndose libre –como dice la canción de Víctor Manuel– pero sin olvidar la cariñosa soga.

La cálida calidad que se respira en estos cuentos, nos enternece y nos hace compartir los desvaríos de los personajes.

El segundo: Leve regreso a la Tierra. Aquí el autor nos lleva de forma casi lineal, intensa y apasionadamente desde una primera línea hasta la última con narraciones en las que nuestros ojos no quieren detenerse, ya que es un entramado que en cualquier línea podría obviarse, pero todo es disfrutable.

El buen humor, la burla, el sarcasmo que usa en el cuento A.M., –a mi juicio el mejor del conjunto– se lucen en manos de Fernández Pequeño. Con los nombres que los dominicanos y cubanos damos a las cosas, que siendo en español todos, son sin embargo distintos. Los juegos con la bebida, con las infidelidades, con el querer aparentar riquezas que hace la gente al comprar un vehículo, el afán de falsa virginidad de la adolescente, todo eso da una gracia increíble a ese cuento. De modo que no necesitamos un final sorpresa. Dondequiera que el autor lo terminase, nos dejaría con ganas de seguir o de volver a empezar para disfrutar de nuevo sus ocurrencias tan creativas como hilarantes.

Las ciudades y sus recorridos, los detalles de las calles –eso que tanto apasiona al Cortázar de Rayuela o al Hugo de Los miserables– seduce a Fernández Pequeño. Se nota en A.M., pero donde lo hace con mayor fruición es en Paredes del infierno, encantador cuento del cornudo que desanda su angustia por las calles, los parques, parqueos, su trabajo, observando cosas que nunca había visto, en su afán de reponerse del golpe de que su mujer se ha acostado con otro hombre. Dilucidando el problema de que sus jimaguas -por decir hijas, en cubano- supieran esto, de que su dignidad de hombre bajara tanto, etc. Todo lo soluciona mentalmente en su deambular para llegar a un final sorprendente. En una nueva forma de final sorpresa muy distinta a la que nos enseñaran Quiroga, Bosch o Kipling.

El tercero: Inventario de extravíos y finales. Es en cierto modo un regreso por otro camino a los cuentos del principio. Pero esta vez más tocados por el surrealismo y el simbolismo, que postulan la importancia de sugerir más que decir. De ellos, Variaciones de una flor es el más interesante. En un ding dong poético que pasa de la mente a la dura realidad de una herida, la policía y su mujer, esa flor cierta se vuelve imaginaria al caer –al revés de la de Coleridge– es un viaje como pelota de volibol entre lo gracioso y lo trágico, entre la esquizofrenia y el sarcasmo. Las aventuras del genial Guillermo Cabrera Infante dejan aquí algo de su cátedra, ejercen su productiva incidencia.

Luego cabe destacar el cuento en que el autor se lanza al uso de diversos planos narrativos y cae bien. A la usanza de los años 80, herencia de Joyce y otros similares: Meridianos y paralelas. Los personajes juegan a mover sus caracteres en forma cónsona o no con su rol social de padre, madre, hijo, etc. siendo unas veces el Inteligente o la Obtusa, el Rígido, la Casa o El Brujo. Tiene la magia de poner a la mesa y la casa como seres vivos, que sienten y padecen: Desde un golpe en la mesa con los dedos hasta la mudanza a que el padre quiere obligar a hijo y madre.

La casa tomada, de Cortázar, late en el recuerdo de este cuento. Claro, no como influencia, porque el manejo de situaciones y lengua, de personajes y diálogos es totalmente distinto. Digamos que vibra el tema de la soledad colectiva, la frialdad de los personajes y la casa vieja, que le son comunes.

Una evaluación general de Un tigre perfumado sobre mi huella, de  José M. Fernández Pequeño, concluirá en que es un buen libro de cuentos, que seduce a sus lectores, los implica, los hace cómplices. El autor sale victorioso en casi todos sus lances. Detrás de cada texto está la imaginación juguetona y creativa de un escritor de verdad, que nos transmite sus vivencias reales o inventadas con vitalidad profunda y con una excelente destreza en el manejo poético de la lengua y la selección de sus enfoques e historias.

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