El bizcocho que  viajó en primera

El bizcocho que  viajó en primera

CHIQUI VICIOSO
Muerto a destiempo, debilucho, Robert Louis Stevenson, joven nacido en 1850 en Edimburgo, nunca imaginó el impacto que tendría su novela La Isla del Tesoro, en el imaginario de jóvenes y niños nacidos en tantas y otras latitudes. Para la infancia dominicana, el libro ejerce una especial fascinación por la coincidencia de que el barco utilizado por los piratas para llegar a la Isla del Esqueleto se llamaba precisamente La Hispaniola, nombre original de nuestra isla. Por sino bastase la historia de Stevenson, el Mar Caribe está lleno de barcos hundidos cuyos tesoros se exhiben aún hoy en el Museo de las Casas Reales y el Museo de Historia y Geografía, alhajas y doblones de plata cuya imitación puede encontrarse hoy en todas las joyerías locales.

Nuestras viejas casas coloniales tenían, además, enterradas en los patios, las botijas donde escondían los habitantes de las colonias sus joyas y platería, frente al acoso de los piratas; de ahí que fuese tan cotidiano convivir con sus propietarios, luego fantasmas, que se desplazaban por los espacios, a todas horas de la noche y el día.

Descubrir la Isla del Tesoro se convirtió entonces en la fantasía de infancia de casi todos los niños del mundo, y construir islas del tesoro en el negocio de inversionistas y piratas en todas partes del globo, aunque esas islas desafiaran las leyes del medio ambiente y desataran las furias de la naturaleza.

El “secreto mejor guardado del Caribe”, la República Dominicana, ha sido la Isla del Tesoro para sus habitantes desde que Cristóbal Colón la confundiera con la India.

Isla que desde entonces ha sufrido el asalto de piratas de toda índole, siendo el último la proyectada construcción de la Isla Artificial frente a la Zona Colonial de Santo Domingo.

Bizcocho para incautos y adictos a cumpleaños, la Isla Artificial desató una de las jornadas más intensas de lucha ambiental en la República Dominicana, de la cual el artista Polibio Díaz se hizo eco, representando en el Congreso Nacional la voz de los artistas contemporáneos.

De su participación en esas luchas; de su papel como extra en la película El Padrino II, donde la mafia precisamente reparte un bizcocho con la forma de la Isla de Cuba, surge la inspiración para esta pieza que conjuga la propia caracterizaron de Polibio de la Isla del tesoro en un bizcocho gigantesco, con la diferencia de que esta vez no es la mafia quien la devora sino el pueblo cubano, repitiendo, vía la repartición del bizcocho, la hazaña de la victoria del pueblo cubano sobre los piratas que intentaron apoderarse de lo que pertenece a todos.

Herederos de José Martí (un artista que antes de Darío transformóla poesía española, publicó las crónicas periodísticas mas hermosas de su tiempo, escribió teatro para adultos y niños, fue un prosista, critico y ensayista memorable, mientras construya la unidad de su pueblo para liderarlo en la lucha por la independencia), los organizadores de la Bienal supieron ver en la obra multidisciplinaria de Polibio (donde interviene el cine/video, la poesía, la fotografía, la geografía y el performance) la expresión renacentista del arte “moderno” y pos-moderno del Caribe.

La reacción del público no se hizo esperar. Más de seiscientos jóvenes se agolparon para participar con deleite en la repartición de una “Isla del Tesoro”, o Isla Artificial, hecha de bizcocho. Un bizcocho que tuvimos que transportar Polibio y yo fragmentado en cajas, y que gracias a la proverbial solidaridad de Cubana de Aviación viajó en primera clase, resguardado por múltiples almohadas.

Los jóvenes manifestaron el mismo entusiasmo en la Facultad de Estudios del Caribe, de la Universidad de La Habana, donde futuros críticos de arte que habían estudiado la obra de Polibio y otros artistas plásticos, hicieron la presentación de los artistas y la traducción cuando fue necesario, demostrando el dominio de una pedagogía participativa de la enseñanza, a nivel universitario, que nos llenó de admiración.

Ya en el hotel, Erasmo, el chef que resultó ser también dominicano, se integró al grupo que conformábamos Patricia Pou, Ignacio Alcántara, quien esto escribe, y Amparo Chantada. Erasmo no sólo armó el bizcocho sino que consiguió la bandera dominicana, la misma que en el centro de la cubana colocamos encima del Pabellón donde se exhibía la pieza, cuyo performance terminó con el merengue, de los años cincuenta, “En donde estás corazón”, cantado por Casandra Damirón, el cual danzamos para hacer honor a nuestra reputación como la gente más alegre del Caribe, a pesar y a contracorriente de toda piratería.

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