El bueno, el malo, el feo…y el tibio

El bueno, el malo, el feo…y el tibio

Rafael Acevedo Pérez

(2/2)

Este título recuerda un viejo filme, pero lo verdaderamente interesante es que para Dios y para la Historia los malos son definitivamente preferibles a los tibios.

En la carta a Laodicea, queda claro que Dios les está hablando a gentes muy parecidas a nosotros, los clasemedias, barrigas jartas y contentas de los países occidentales, quienes decimos ser y nos hacemos pasar por creyentes y practicantes de la doctrina de Cristo: “Por ser tibios los vomitaré de mi boca”.

Un connotado charlista cristiano hubiese dicho: los “creyentes” de blanda y tibia conducta damos (somos) el más deprimente, aburrido y disuasivo mensaje respecto a qué espera Dios de sus gentes. Y, lo peor, dice Gebel: “Lo que logramos es tan solo dar una ínfima dosis de amor de Cristo que apenas funciona como una vacuna contra la fe y la creencia en Dios”.

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O sea, que los tibios somos vacunadores contra Dios, somos los que diciendo que profesamos a Cristo hacemos que la gente crea que la fe cristina es una subespecie de filosofía oriental, y no un compromiso pleno y radical con el plan de Dios.

Mahatma Gandhi explicó en cierta ocasión que hasta que él no leyó el Evangelio estuvo creyendo que un cristiano era una especie de individuos con un filete de res en una mano y un vaso de whisky en la otra.

Si hay una conducta distante del plan de Dios sería la vida acomodada a la que los marxistas llamaban “aburguesada”, clases medias y populares adictas al consumismo; que también arropa a muchos pobres que solo sueñan con las grandes tiendas y supermercados, y que cada domingo, en vez de a la iglesia, van de compras, bebés en brazos, en busca de juguetes y golosinas. De manera que el consumismo ha entibiecido el corazón de millones, y se ha llevado de paro tanto al espíritu cristiano como al espíritu revolucionario marxista-leninista.

Confieso que me llevó tiempo entender que Dios prefiriera a los fríos y a los calientes antes que a los tibios. Especialmente porque nos hemos pasado la vida buscando el término medio, los tibiecito, lo fresquito, lo que no nos quema ni nos congela. Y a muchos les ha tomado demasiado tiempo llegar a entender por qué la palabra de Dios afirma que los malos, los calientes, son preferibles a los tibios y mediocres, y que a los tibios “los vomitará de su boca”. De modo que, si no estamos tomando con ligereza la fe cristina, conviene que con urgencia nos atengamos a lo que nos pide Dios mediante Miqueas (6:8): “Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Como parece posible deducirse, es más rentable utilizar todo el impulso de la energía de un malo, que la pobre y débil motivación de un mediocre.

Los teóricos de la dialéctica materialista, principalmente Marx, entienden que la exacerbación de las contradicciones entre tesis y antítesis acelera la producción de nuevas síntesis. Marx, como judío, conocía bastante sobre el Plan de Yahvé.

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