En “La Guerra y la Paz”, un individuo con facha de pueblo, es exhortado por un oficial del ejército del Zar, a que se aliste para defender la patria: “Que la defiendan los ricos, que son sus dueños….”_le respondió el paisano.
En algún lugar de El Espíritu de las Leyes, el Barón de Montesquieu escribió algo que me movió a risa y regocijo, y que traducido al cibaeño equivale a “una cosa piensa el burro y otra el que lo apareja”.
Difícilmente puedan ricos y pobres ver las cosas de la misma manera. Pero nada definitivo impide que se pongan de acuerdo en cuanto a cómo abordar determinados problemas básicos de la nación. Desde Montesinos hemos iniciado y logrado grandes avances en cuanto a derechos humanos y laborales; pero, como estableciera Montesquieu, las leyes deben diseñarse de acuerdo a los contextos geográficos, sociales y culturales de los países. Atenernos a leyes y tratados que han sido diseñados para países más avanzados, para bien nuestro, nos obliga a movernos en el sentido deseado de auto superación; pero a la vez nos causa fuertes y permanentes tensiones y desazones, porque el ideal normativo suele ser poco realista. Lo contrario sería elaborar leyes cumplibles, pero entonces correríamos el riesgo de perpetuar la injusticia y el atraso. Estamos suscritos a estándares de desarrollo humano que parecieran alejársenos constantemente, como un horizonte asintótico y difuso. Los pobres no pueden postergar sus necesidades; mientras ricos y clasemedias se hacen más renuentes a rezagarse en cuanto a niveles de consumo y “calidad de vida” de sus grupos de referencia de Europa y Norteamérica. Desde cualquier óptica, los dominicanos no nos comportamos “como socios en sociedad”. Desde nuestros orígenes como nación, nuestra élites fueron más socias de los ricos de Europa que de sus paisanos criollos.
Hoy como nunca se hace patente que sin un mínimo de unidad de propósitos, nuestra estabilidad social e institucional no será viable.
Antaño, nuestros campesinos araban con una yunta de dos bueyes desiguales: El grande iba por el lado de abajo, dentro del surco abierto por el aro, sobre suelo blando, difícil para afincar. El buey pequeño iba del lado arriba, sobre terreno firme. A pesar de ser distintos jalaban parejos. La Biblia recomienda no asociarse, ni hacer tratos ni convenios con personas que no tengan iguales valores y objetivos. Pero no es “yugo desigual” cuando ricos y pobres se unen por el futuro común. A condición de que el rico entienda que a él le toca coger el surco de abajo, para que el corte del terreno sea paralelo y profundo, y como clamaban los campesinos de Chile, “trabajar unidos en la viña del Señor.” Pablo, en carta a Timoteo, aconseja a los que tienen riquezas, no ser orgullosos, ni poner su esperanza en cosas perecederas, sino en Dios. Cuando el buey grande intenta quitarle el camino suave al pequeño, el chasquido del foete de Dios ordena al grande retornar al surco de abajo, gritándole como el arador: ¡Baja, buey!