Señor director:
Avergonzado, impotente y aparentemente arrepentido, el sacerdote Roberto Arturo Sánchez, es víctima del acoso y del repudio de una opinión pública a la que le gusta el morbo y el sensacionalismo.
Quizás su mayor pecado no haya sido procrear uno o varios hijos violentando las leyes del celibato, pues la iglesia católica mundial registra muchos casos de esa naturaleza, sino no cumplir con su manutención y exponerse a la siempre desagradable barra de la justicia.
La tentación de la carne ha sido por siglos la mayor prueba del ejercicio sacerdotal. El Vaticano se ha resistido a eliminar el celibato no obstante los movimientos que dentro y fuera de la iglesia católica propugnan por su cambio.
El padre Roberto Arturo Sánchez ha pedido perdón por su afrenta. Luce un hombre pobre y humilde, que a nuestro juicio no debe ser crucificado, sino comprendido. Hoy inclusive se encuentra desempleado y en extremo angustiado.
Pensamos que en este lastimoso caso puede haber algo de despecho, lo cual no justifica su comportamiento. Nuestro sano consejo es que se sacuda y comience una nueva vida reivindicándose, asumiendo con responsabilidad la conducción y protección de sus hijos porque a pesar de sus pecados el padre Roberto Arturo Sánchez tiene derecho a ser feliz.
Atentamente,
Miguel Pineda López.