Señor director:
Con justa razón, a alguien se le ocurrió bautizar a República Dominicana como un “país muy especial”.

Ciertamente que en la tierra de Duarte y Luperón suceden cosas que en otras tierras dejarían sorprendido hasta al más despistado ciudadano.

He observado cómo se han ido deteriorando las vías principales de la capital dominicana, mientras el rumor público atribuye la indiferencia de las autoridades para repararlas al compás de espera que se han dado, hasta que inicie la segunda línea del Metro.

Asimismo, uno puede ver un semáforo dañado de una avenida principal un día, lo reparan y al poco tiempo vuelve a presentar desperfectos, a causa de los apagones.

Cuando la Secretaría de Obras Públicas pavimenta una calle, a pocas horas usted observará que alguien abrió una zanja en la misma, para extraer agua de una “acometida”.

Pero, eso no es todo; en los hospitales del Estado enfermos y accidentados se amontonan por insuficiencia de camas y personal médico, mientras sus funcionarios pregonan a los cuatro vientos que la salud pública marcha de manera excelente.

Los choferes y los llamados delivery de los ‘colmadones’ circulan a contravía, con el consiguiente peligro para peatones y conductores, sin que nadie frene la inconducta.

Todo ese rosario de problemas tiene su origen en la muy bien ganada reputación del dominicano de que todo lo asume como una “chercha”.

Pero mucha gente, incluidos los funcionarios responsables de cada área, no se dan cuenta de que el país va acumulando dificultades que con el tiempo será más difícil de corregir.

Porque, sencillamente, la población se va acostumbrando al desorden, a la indiferencia, al dejar pasar las cosas y no hacer absolutamente nada.

Toda sociedad requiere de orden y controles.

Quiera Dios que después no nos quejemos de nuestra suerte.

Atentamente,
Pedro V. Cordero N.