El Cabaniguán cubano, paraíso de los cocodrilos

El Cabaniguán cubano,   paraíso de los cocodrilos

Maravilloso paraje. El criadero de cocodrilos de Zabalo, en el sur de la provincia  cubana de Las Tunas, es el punto de acceso al Refugio de Fauna del Monte Cabaniguán

El Cabaniguán es una reserva virgen de unas 14 500 hectáreas en la zona costera del golfo de Guacanayabo, segundo humedal más extenso de Cuba y con reconocimiento internacional Ramsar desde 2002.
Para llegar hasta él, es conveniente partir temprano para evitar las inclemencias del duro sol caribeño mezclado con su alto grado de humedad, desde el pueblo de Jobabo con destino a su barrio de Zabalo.
Hacia allá se dirigen el periodista Manuel Alonso Tabet, doctor en Biología por la Universidad española de Alicante, uno de los mayores expertos mundiales en cocodrilos y al que todo el mundo conoce por “Manolito”; su mano derecha, Orlando; y Manuel López Salcedo, biólogo experto en aves acuáticas y segundo de “Manolito” en el Cabaniguán, con el cometido de supervisar in situ los trabajos que a diario se desarrollan.
Reserva con 150 especies de aves. Son 18 kilómetros de pedraplén, ya casi reparado para vehículos ligeros, que se hacen en el remolque de un tractor en un continuo y suave traqueteo que, en algunos momentos, derrapaba en el fanguero por las lluvias del día anterior.
En el paisaje, potreros con ganado vacuno y sembrados, a los que el marabú, un punzante y frondoso arbusto invasor, continúa arrebatándole grandes extensiones al territorio cubano y cuya única utilidad ha sido convertirlo en carbón.
Atrás queda el monumento de la batalla de Palo Seco, en la que a finales de 1873, por vez primera, las tropas españolas cayeron derrotadas a machete a manos de los mambises del general Máximo Gómez.
Esta primera etapa, tras casi una hora de lento viaje, lleva a Zabalo, una población de poco más de 300 habitantes, en su mayoría dedicados a la agricultura, la ganadería, el carbón, y algunos de ellos trabajadores de los distintos proyectos del Monte Cabaniguán y en el criadero de cocodrilos. En el entorno se divisan arrozales abandonados por la salinidad de las tierras, los restos de un herrumbroso secadero y el omnipresente marabú. 4 kilómetros y medio más adelante está la laguna de La Zanja, final del viaje por tierra en el que estuvimos flanqueados por el marabú, que en algunas áreas acababan de talar dejando al descubierto uno de los mejores palmerales autóctonos de copernicias del país.

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