El cabaret de Waddys

El cabaret de Waddys

Fue en el 2006, las excelentes María Castillo y Carlota Carretero estremecían con sus actuaciones a un público reverente y atónito. Nueve historias, doce personajes. Tres artistas desdoblados, engrandecidos. Dos divas, dirigidas de manera magistral, que ofrecían lo mejor en cada una de sus soberbias interpretaciones. Desde la ingenuidad mancillada de Clarivel- Carlota – hasta la angustia desolada de la Señora Chanel–María-, ningún espectador permanecía indiferente. Como imposible era no sentir la fragilidad de Huracán García- Waddys- añorando a Sobeyda, inconsolable por la muerte de “La Domi” o reconocer a cualquiera en Marina, “La Positiva”, que no sucumbe, a pesar de cargar sobre su vida tres taras malditas. Y aquella “Bolero”, repitiendo la frase que protege el amor en la mala vida: “con la boca no”. Todos sitiados por el monstruo, castigados por el SIDA, inventando alegrías para sobrevivir, “para no ser comidos por el olvido.” Entonces, escribí para la revista Rumbo la reseña de aquella “CERO”, obra estupenda, dirigida por Waddys Jáquez. Loa, más que merecida, para el escritor, actor, director, coreógrafo que ahora reedito, luego de aplaudir: “Camaleón: Cabaret y Circo.”
“CERO”, fue presidida por Pargo: Pecados Permitidos, Camaleón y Las Siete Puertas, Letal. Después, la pausa, como siempre ocurre y el despliegue, casi clandestino, del musical “Perfectus Quorum”, trabajo que la falta de patrocinio permitió solo dos presentaciones. El cine ha tentado a Waddys y sus fans esperan el resultado, mientras, nos reta con este Camaleón que es suma e inventario de sus personajes y obras, resumen de su calidad y sus provocaciones. Porque nadie describe como él la derrota. Ni caricaturiza el triunfo y reivindica el fracaso, denuncia prejuicios, exclusiones y riesgos. Conoce esa marginalidad del cuerpo y del alma que trasciende clases sociales. Retoza con la crueldad. Describe los retazos de seres humanos que se pudren en las esquinas del Bronx, en las avenidas de Madrid, en los burdeles de Ámsterdam, en los enclaves turísticos nacionales; las aspiraciones inútiles de tanta mujer emigrante, de tantos hombres que usan la navaja como pasaporte y sus atributos sexuales como permiso de residencia. Juguetea con el dolor disfrazándolo de carcajada. Ninguno, como él, retrata el zaguán, la fritura, el catre y el velorio, la yola, la maleta. Lo que esconde la seda, el caviar, el colágeno y el gimnasio, la sacristía, el internado, la falacia filial, la extorsión afectiva. Transgrede contando verdades.
Este “Camaleón” se presenta en un espacio creado para que la concurrencia esté en un cabaret, desde el momento que atraviesa la puerta. Otra vez, sus fantasmas y dioses, sus cicatrices y heridas, las suyas y las de cada obsecuente espectador que cuando acude al llamado de Waddys sabe que de orar no se trata. No trabaja para la mojigatería, tampoco se arriesga con la cháchara coyuntural. Waddys, como escribí antes, no es Cristóbal de Llerena ni Emilio Aparicio. Su propuesta es distinta, incluye en sus montajes audiovisuales, música. Cuida detalles, respeta a su equipo. Logra la conjunción de Delta Soto, indemne e imponente, con actrices y actores que la dirección del maestro engrandece. Música, escenografía, maquillaje, sonido, tienen su marca. La cita no es para ver y escuchar algo alusivo a Quirinito ni a Odebrecht, la cita es para disfrutar una entrega artística que trasciende el momento. Es un artista de culto. Los fieles adeptos persiguen sus presentaciones, repiten frases de los personajes, recrean las peripecias de sus travestis, chulos, prostituidas. Lamentan los avatares de sus violadas, exiliadas de la miseria, viudas, gays. El tesón de sus deformes, el desconcierto de sus burguesas sin esperanzas, rodeada de objetos y sin cariño. Once años después de aquella reseña, vale la ovación y también la advertencia. Camaleón es para entendidos en el teatro de Waddys. No admite remilgos ni mohín puritano de desprecio. No resiste el insulto y descalificación de la medianía. El aviso preserva y evita que algunas personas, con sus prejuicios expuestos, abandonen ofendidas, el cabaret.

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