El cabeceo de la vida

El cabeceo de la vida

La semana pasada se reprodujo en Telesistema, por petición, un programa que el doctor Enerio Rodríguez hizo conmigo hace años, acerca de uno de los diálogos de Platón. En el transcurso del diálogo se alude a dos temas filosóficos inseparables: la identidad y el cambio. Al día siguiente, un buen amigo de la juventud llamó por teléfono para comentar “la cuidadosa exposición” del profesor Enerio Rodríguez. Me dijo que la identidad puede mantenerse a través de todos los cambios. La vida humana pasa por numerosos estadios: primero el bebé, después el niño, el adolescente, el hombre maduro, el anciano y, finalmente, el cadáver.

Desde el acta de nacimiento hasta el acta de defunción, se trata de un solo individuo; existe una continuidad superpuesta en las mudanzas; el sujeto ha ido cambiando con la misma Cédula de Identidad y Electoral. ¿Quién tiene razón? ¿Parménides o Heráclito? Lo que es, es; y todo cambia, pues “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Las cosas fluyen y siguen siendo -a la vez-, inexorablemente. Este es el eterno problema de la filosofía. Recordé entonces una exposición itinerante de la UNESCO que llegó a Santo Domingo en los años sesenta. Mediante un péndulo, provisto de arena, se mostraba al público que la tierra “sufría” el cabeceo o bamboleo.

Además de tener movimientos de rotación y traslación, la tierra oscila al marchar por el espacio sideral. También cambia la orientación del eje de rotación del planeta antes de cada equinoccio. Del mismo modo, hay “cabeceos” en la vida humana. Algunos hombres tienen etapas en las cuales parrandas y borracheras son frecuentes. Luego recobran el ritmo anterior y continúan una “órbita regular” que les identifica. Cambian y siguen siendo ellos mismos. Ese fue el caso del ex-maniqueo llamado San Agustín.

El trompo del niño es una esfera a la que se ha “injertado” un cono, en cuya cúspide se inserta el puntal en que gira. Cuando el trompo pierde fuerza, a punto de caer vencido, cabecea o bambolea. Sigue siendo un trompo aunque no ejerza la “gracia giratoria”. La “identidad” del trompo en reposo es también la del trompo vigoroso, en pleno movimiento. Hombre y sapo experimentan ambos sorprendentes metamorfosis.

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