El /callejero/ que conquistó a Alberto Cortez (II)

El /callejero/ que conquistó a Alberto Cortez (II)

A muchos nos podría complacer una pieza musical como “Te llegará una rosa cada día”. No es una rosa, no es una flor: es un encanto. Y eso vale.
Pero también me inspira, me conmueve una canción como “¡Qué maravilla, Goyo!” de Alberto Cortez. Refiere el significado que tuvo, en su edad de diez años la llegada de su nuevo amigo o compañerito, un año mayor que él, al hogar de los padres de Alberto, a compartir con la familia por largo tiempo. Y que aprendió con él a mirar las estrellas, a decir las primeras malas palabras, a trajinar por las orillas de los ríos cercanos…
Y cuando, pasados los años, el cantautor argentino supo en Europa, informado por su madre que, al fin, su “en llave” acababa de tener su primer hijo. Y escribió las letras:
¡Qué maravilla Goyo, qué maravilla! Ha llegado […] tu primer hijo!
Al tiempo del boyero, llegó el relevo/ ¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla!
Y le poetiza, con ciertos compases: “Andarás recogiendo, sin duda alguna, las mejores estrellas para su cuna…”.
Reconozco que entre estas dos piezas de Cortez, ambas me estremecen estos versos tan sencillos y tan sinceros.
No se me escapa Leonardo Favio, su compueblano, cuando en su “Canción del niño y las manzanas”, un pequeño vendedor de frutas, por las calles de Buenos Aires, mientras pregona el producto, dirige la mirada sobre la cintura de la pareja del poeta Leonardo, y al verla embarazada hace una comparación con la manzana del paraíso, y rápidamente el pequeño y malicioso pregonero se aleja riendo.
Pero fue muy especial para mí escuchar, letra y música de Cortez aquel /Callejero/ que les prometí en mi entrega anterior:
“Era callejero por derecho propio, /su filosofía de la libertad, /fue ganar la suya sin atar a otros /y sobre los otros no pasar jamás.
“Aunque fue de todos nunca tuvo dueño/ que condicionara su razón de ser. /Libre como el viento era nuestro perro, /nuestro y de la calle que lo vio nacer.
“Era un “callejero” con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer, /sin tener horario para hacer la siesta, /ni rendirle cuentas al amanecer.
“Era nuestro perro y era la ternura, /esa que perdemos cada día más. /Y era una metáfora de la aventura, /que en el diccionario no se puede hallar.
“Digo “nuestro perro” porque lo que amamos, /lo consideramos nuestra propiedad, /y era de los niños y del viejo Pablo, /a quien rescataba de su soledad.
“Era un callejero y era el personaje /de la puerta abierta en cualquier hogar y era en nuestro barrio como del paisaje /el sereno, el cura y todos los demás.
“Era el callejero de las cosas bellas, y se fue con ellas cuando se marchó. /Se bebió de golpes todas las estrellas, / se quedó dormido y ya no despertó.
“Nos dejó el espacio como testamento, /lleno de nostalgias, lleno de emoción. /Vagan sus recuerdos por los sentimientos /para derramarlos en esta canción”.
Pero no me olvido Eric, Peter y Jan en sus edades de tres sobrinos de tío Alberto, cada vez que el pariente pasaba en sus afanes por Buenos Aires, “en cuanto llego /entre los tres desarman mi equipaje, […] /se mueren por saber lo que les traje. /Hay que ver cuando escuchan […] un tilín familiar y callejero, /entonces se produce la estampida, los tres se van detrás del heladero”.
Valga el interés y las preocupaciones de estos parientes y allegados.

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