MARIO ARVELO CAAMAÑO
El pasado doce de octubre, el Comité Nobel de Noruega concedió el Premio de la Paz correspondiente a 2007 al ex Vicepresidente de Estados Unidos Al Gore y al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC).
La histórica decisión del Comité, que preside el médico noruego Ole Danbolt Mjos, se fundamenta en «los esfuerzos desplegados por Gore y el PICC para crear y diseminar mayores conocimientos sobre el cambio climático provocado por el ser humano, y por fijar las bases para que sean tomadas las medidas que reviertan dicho cambio». El Nobel de la Paz será entregado en Oslo el próximo 10 de diciembre. Ese mismo día, los ganadores en las demás disciplinas del Nobel recibirán sus premios en Estocolmo.
Gore es ampliamente conocido por su campaña internacional a favor del planeta, y su documental «Una verdad incómoda» recibió el Oscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood el pasado 25 de febrero. El PICC es un organismo del sistema de Naciones Unidas, fundado en 1988 conjuntamente por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Tiene su sede en Ginebra, y lo preside Rajendra Pachauri, ciudadano de India.
Gore y el PICC recibirán diplomas oficiales y medallas de oro con la efigie del filántropo sueco Alfred Nobel, además de repartirse a partes iguales diez millones de coronas suecas, que equivalen a un millón y medio de dólares, es decir, tocará unos 26 millones de pesos dominicanos a cada galardonado. Gore ha anunciado que donará su porción monetaria a la Alianza para la Protección Climática, una ONG con sede en Palo Alto, California.
El día anterior al anuncio del Nobel de la Paz, este servidor participó como panelista en el Seminario Internacional sobre Cambio Climático, organizado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en su sede de Roma. En esa oportunidad compartí la mesa principal con Francesco Tubiello, científico investigador del PICC, quien me precedió en el uso de la palabra.
Vista la actualidad del tema, reproduzco la intervención que realicé en el citado congreso:
«En 2004, un amigo me recomendó la novela «Estado de miedo» de Michael Crichton. Dado que el autor tuvo una formación científica antes de alcanzar el éxito como escritor, mi amigo recomendaba ese libro presentándolo como autoridad sobre el cambio climático.
«Entre los personajes aparecen varios científicos asombrados por el impacto que el cambio climático desencadena en diversos ecosistemas, viajando de las calles de París a Nueva Guinea, del oeste canadiense a Malasia, de los glaciares de Islandia a Tokio, del desierto de Arizona a las Islas Salomón, y viviendo grandes aventuras sobre los hielos del continente antártico.
Podría recomendar esa novela, pero sólo por su potencial de entretenimiento, ya que está repleta de referencias bibliográficas en apoyo de teorías tradicionales que han caído en el descrédito. Su lectura me motivó a investigar en más detalle el fenómeno del cambio climático y la responsabilidad humana – es decir, de cada uno de nosotros – en provocarlo y acelerarlo. Y, lo que es igual, nuestra obligación moral de detenerlo y revertirlo.
«El cambio climático es tema de excepcional importancia para los ciudadanos de pequeños Estados insulares en desarrollo, como es República Dominicana. No sólo por nuestra evidente ubicación a orillas de mares y océanos que amenazan suprimirnos del mapa, sino porque dos de las actividades fundamentales de nuestras economías son la agricultura y el turismo. Ambas son áreas especialmente vulnerables a factores climáticos.
«Los mitos sobre el cambio climático, como los expuestos en la novela de Crichton, han sido desenmascarados. La ciencia ha comprobado que existe una relación directa entre las emisiones de dióxido de carbono y el incremento de la temperatura del aire y del agua: el mar Caribe se ha calentado en grado y medio durante el siglo XX, y se prevé que en el presente se recaliente otros 5.8 grados. De continuar esta progresión, para inicios del próximo siglo el nivel de los mares del mundo subiría un metro.
«Los meteorólogos reportan un incremento en la frecuencia y la intensidad de los huracanes. Naciones Unidas ha calculado que el alargamiento de la temporada ciclónica y la mayor fortaleza de las tormentas a consecuencia del cambio climático suponen, cada año, la pérdida de mil millones de dólares adicionales a las islas del Caribe. En ese contexto, es oportuno indicar que somos 51 los pequeños Estados insulares en desarrollo, y entre todos arrojamos a la atmósfera menos del uno por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
«En su discurso ante la 62ª Asamblea General de Naciones Unidas, pronunciado hace sólo dos semanas, el Presidente Leonel Fernández mostró cómo República Dominicana es castigada por el cambio climático, sufriendo «una mayor volatilidad y frecuencia de las inundaciones, sequías y huracanes, con la consiguiente destrucción de nuestro ecosistema, nuestra diversidad y nuestras infraestructuras, mientras se incrementa la erosión de nuestras costas y la pérdida de nuestras playas y bancos de coral, reduciéndose la diversidad biológica de nuestros mares y los atractivos para el turismo».
«Los líderes de otros pequeños Estados insulares en desarrollo secundaron al Presidente Fernández al denunciar ante la Asamblea General la lentitud con que la comunidad internacional enfrenta este grave problema, que amenaza la existencia misma de varias naciones.
«Las consecuencias del cambio climático, y las derivadas de otros retos contemporáneos como la producción de alimentos destinados a la elaboración de combustible, golpean de modo desproporcionado a los países en desarrollo. Es un reto colosal cuya trascendencia la FAO ha comprendido, dedicando esfuerzos a examinar el tema y proponer pasos concretos para mitigar sus efectos.
«Esta Organización, como entidad de conocimiento al servicio de la supresión del hambre y la malnutrición, habrá de colocar el cambio climático como tema permanente de su acción multidisciplinaria. Este nuevo y alarmante desafío a la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio deberá orientar la política presupuestaria de los Estados miembros y la fijación de prioridades en el contexto del proceso de reformas de Naciones Unidas en general y de la FAO en particular.
«Al final del libro de Crichton, como en tantas novelas, los buenos ganan y los malos pierden. En la vida real, los pobres «sean buenos o malos» pierden casi siempre. No olvidemos que esta Organización existe porque en el mundo sigue habiendo hambrientos, y las repercusiones del cambio climático, si es que nos quedamos de brazos cruzados, amenazan empeorar una situación de por sí intolerable».