Afirma Flavio Darío Espinal (El umbral del cambio, Listín Diario, 18 de junio de 2010), que el elemento clave para entender el triunfo del bloque partidario encabezado por el PLD el pasado 16 de mayo es que la mayoría del electorado dominicano no ha llegado a lo que podría denominarse el umbral del cambio.
Este umbral es el momento en que el electorado decide cambiar de rumbo porque siente que la mayoría gobernante ha agotado sus posibilidades o porque percibe que la oposición ha construido una mejor alternativa, o una combinación de ambos factores.
Lo señalado por Espinal al parecer no es exclusivo de la República Dominicana. Como señala en su artículo, lo mismo ha ocurrido en Gran Bretaña, El Salvador y hace unos días- en Colombia, en donde un partido o coalición de partidos ha ganado de manera consecutiva varios procesos electorales con el apoyo mayoritario del electorado y, según sea el caso, la continuidad del partido gobernante o el triunfo de la oposición se ha producido en función de si se haya llegado o no a ese umbral del cambio.
Aunque Espinal no se detiene a analizar el impacto que la desigualdad de oportunidades entre los partidos tuvo en las pasadas elecciones y la necesidad de que esta desigualdad sea eliminada mediante sendas leyes de Partidos Políticos y de Garantías Electorales, no es ocioso preguntarse a qué se debe este extraño fenómeno resaltado por el politólogo. Una respuesta a la interrogante, muy popular entre algunos, es decir que el electorado siente que no ha llegado el momento del cambio por la incapacidad de la oposición en criticar al gobierno y presentar una real alternativa de poder. Pero, ¿y si la respuesta no fuese tan simple? ¿Y si detrás de todo existiese algo más profundo de lo que apenas vemos la punta del iceberg?
El filósofo esloveno Slavoj Zizek resalta el caso de las elecciones británicas de 2005. A pesar de la creciente antipatía hacia Tony Blair la gente en su momento votó por él como la persona menos popular del Reino Unido, ganó las elecciones. Algo estaba muy mal. No era que la gente no supiera lo que quería, más bien era su cínica resignación lo que les impidió actuar en consecuencia. Por lo tanto el resultado guardaba una extraña distancia entre lo que pensaba la gente y cómo votaba ( ) Mi conclusión es que podría tratarse de una animosidad hacia el acto de votar, sugiriendo que no hay autenticidad en ello.
Esa actitud ante el voto quedó plasmada en la abstención del 50% del cuerpo electoral y en el porcentaje de votos nulos que esconde la cifra oculta de los votos por ninguno. El cinismo del electorado, si creemos a Zizek, vendría a ser la respuesta del pueblo al convencimiento del sistema político de que puede funcionar perfectamente de un modo absolutamente cínico. Pero habría otra lectura: los electores que se abstuvieron manifiestan que no están dispuestos a participar en un sistema de democracia concurrencial en donde las minorías compiten para obtener el apoyo de la mayoría en un marco donde no se garantiza la igualdad de oportunidades entre las organizaciones políticas.
Si hay algo positivo en el sistema político dominicano es que, hasta el momento, no ha permitido el surgimiento de un liderazgo populista. En este sentido, el mero hecho de celebrar elecciones competidas, es una clara demostración de que los dominicanos nos negamos a caer en esa desesperación frustrada a que conduce el populismo y su firme creencia de que debe haber alguien responsable por todo el desastre. Lógicamente, esta es una base muy endeble para sostener a largo plazo la democracia, principalmente cuando ésta se erige sobre una población de desposeídos, marginados, discriminados y excluidos. Tarde o temprano, esa población demandará su integración efectiva. Tocará decidir si ésta se logra por la vía fácil del populismo autoritario que no es lo mismo que nuestro actual clientelismo- o por el camino más difícil de la democracia social de ciudadanos con derechos, exigida por una Constitución de 2010 cuyo potencial democratizador y de transformación social solo podrá ser anulado si persiste la tradicional miopía de nuestras elites.