El camino abandonado

El camino abandonado

Todos los esfuerzos de la civilización han ido dirigidos a “urbanizar la selva”; donde antes hubo un bosque hay ahora una ciudad. Hacer calles y plazas, instalar luminarias, es construir “espacios vivideros” para aquellos hombres que no se sienten primates. Poner reglas a la convivencia es el inicio de la cultura. Lo contrario, vivir sin normas, es lo propio de los que llamamos “chivos sin ley”, esto es, hombres cuasi primitivos.
Las reglas del honor fueron rígidos mandamientos para los caballeros andantes; profesaban unas creencias de las que se derivaban códigos inexcusables para la conducta. Don Quijote debió volver a su casa cuando fue vencido por el Caballero de la Blanca Luna.
Las ideas que el hombre se forja acerca del mundo, una vez alcanzan “participación social”, se convierten en visiones internas que dominan nuestras vidas. Las ideas de Platón, difundidas desde la antigüedad a través de sus discípulos y epígonos, son tenazas mentales que nos gobiernan desde dentro. La idea de átomo es una construcción imaginaria que se atribuye a Leucipo y Demócrito. La porción más pequeña de materia es tan diminuta que no podemos verla.
El átomo pertenece al reino de lo inobservable, desde la Grecia antigua hasta nuestros días; lo mismo para Demócrito que para el físico Albert Einstein.
Creer en cosas invisibles no es asunto nuevo ni alarmante. Esa es una situación permanente del “homo-sapiens”. Los dioses de Grecia y Roma no se dejaban ver, a pesar de que eran multitud. El Dios de los judíos sólo tenía voz; pero no tenía nombre, ni había imagen de él. El Dios de los cristianos era llamado en la Edad Media “deus absconditus”, dios oculto o escondido. San Agustín hubiera podido ser legítimo heredero cristiano del idealismo platónico.
Pero la historia no fue así. Santo Tomás, Aristotélico, arrinconó a San Agustín. “Empalmado” con Platón, San Agustín hubiese juntado dos grandes tradiciones. Tal vez habría representado el cristianismo “rústico”, silvestre o primerizo. “Cavallería rusticana”, la célebre ópera de Pietro Mascagni, significa caballerosidad rural o nobleza campestre. El pensamiento griego, unido a la religiosidad cristiana, conjugaría inteligencia “rusticana”, espontánea, vital, creadora, poética. Un camino más corto para reconstruir el existencialismo contemporáneo sin la “sofocación” tomista.

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