El camino de la felicidad

El camino de la felicidad

 Me parece que la existencia es vivir el instante a plenitud; un principio que se expresa tranquilo y apacible como las aguas del lago en un día de primavera; un pensamiento que abre las puertas de la imaginación libre de condicionamientos; una piedra que cae en el centro del río; un coquí que alumbra la noche; un gallo que anuncia el despertar; dos seres que se abrazan tiernamente mientras sueñan con la armonía del universo…

Pero el ser humano se complica la existencia a medida que vuelve su mirada, primero, hacia sí mismo para tratar de entenderse y luego, cuando mira hacia el otro para completar ese entendimiento. No alcanza a entender la totalidad de lo que ve y empieza a preguntarse cosas, a cuestionar su entorno y su relación con él. Quiere aclarar o confirmar sus creencias; encontrar su afirmación o su negación, pero sobre todo,  quiere abrirse a nuevos mundos y entender aquello que le resulta difícil de interpretar. El hombre y la mujer no se conforman con simplemente vivir, con sencillamente ser y dejar ser y empiezan la búsqueda de respuestas a preguntas que en la mayoría de los casos no están claras.

Sin embargo, la intensidad de esa búsqueda casi siempre se va mitigando al diluirse en las banalidades de la existencia. Solo las personas de carácter especial persisten en su deseo de saber quiénes son y hacia dónde van, y en sus cuestionamientos sobre la bondad y la maldad, la virtud  y los vicios, el deber y la irresponsabilidad,  la justicia y la injusticia, la libertad y  el encarcelamiento, el libre albedrío y el determinismo.

A la gran mayoría la vida les presenta situaciones difíciles, y así, empiezan a conocer el dolor y el sufrimiento que aparecen a cada paso. Poco a poco  cambian  y van desarrollando el ego que surge del espíritu de lucha. Una especie de parachoques o defensa para aguantar los azotes de la vida y para  superar los múltiples retos que  ofrece y no sucumbir en el proceso.  Pronto el entrecejo se va frunciendo, líneas paralelas aparecen en la frente como recordación  del duro horizonte y de las batallas afrontadas. Una firmeza guerrera se va desarrollando y la mirada se hace tan profunda como la del águila que nace del fuego celeste. Carga en su espalda la dignidad acumulada de civilizaciones milenarias.  Es la naturaleza humana desarrollando sus potencialidades, buscando ser… es la historia de todos acumulada en su alma; el espíritu vital de la naturaleza que se manifiesta  incluso en la materia.

Y el ser humano avanza y sus movimientos se hacen ágiles y diestros a medida que los senderos del viento le abren nuevos caminos; mientras, la vida lo embiste con la fuerza del relámpago y lo prepara para un futuro misterioso. Entonces, el ego se convierte en caballo brioso y así el hombre y la  mujer altivos y vigorosos cabalgan sobre su lomo buscando triunfar.

¡Ah, el ego!…, ego que se abandona cuando la madurez del ser “entiende” de qué se trata esta historia sin fin. Entonces llega la calma que trae el equilibro del que ha vivido mucho y ya nada lo asombra ni lo confunde.  El justo término medio donde nada sobra ni nada falta; donde no hay arriba ni abajo, ni afuera ni adentro: la armonía. Ya se dejaron atrás las grandes pasiones y deseos que nos llevaban a los grandes extremos. Ahora, entendemos la frase de Solón, filósofo de Atenas, escrita en el frontal del Templo de Delfos: “Nada en demasía”.

Ya no se  categoriza la vida, ya no se  planifica dictatorialmente el futuro. Ahora, se trata de dejar ir… dejar que las cosas sucedan; no atarnos ni atar a los demás a nuestras demandas. Ya se es más prudente y más justo… Se busca cortar con todo lo que nos sujeta al sufrimiento y a todas las acciones que se convierten en reacciones  negativas. Se busca acabar, de una vez por todas, con el deseo de esto, de aquello y de lo otro; evitar las trampas de los gustos y disgustos porque, en verdad,  el apego a todo esto nos llena de pasión y la pasión nos priva de la libertad porque una vez henchidos de ella, la misma logra imponerse y dominarnos.  El ser humano tiene deseos ilimitados, continuamente desea algo o  alguien y cuando se deja arrastrar de las pasiones y deseos el apego jamás termina; con ello, el dolor se elonga en el tiempo porque tan pronto tiene lo que desea surge un nuevo deseo y luego otro y otro.

Pero cuidado, no significa que no se ame, ni se responda a lo que se espera de uno, se trata de cortar de raíz aquello que lo hace sufrir o hace sufrir a los demás. Se trata de amar en libertad, sin egoísmos, sin manipulaciones; se trata de tener lo necesario y compartir lo que sobra.  ¡Se trata de vivir una vida plena!

Y es que a medida que el ser logra desapegarse de aquellas personas, cosas o situaciones que lo  hacen padecer deja de penar. Desapegarse no significa dejar de ver o atender sino dejar de identificarse con lo que otras personas dicen o hacen, es decir, con la causa del sufrimiento. Porque quien sufre es la mente ignorante que está envuelta en las pequeñas cosas de la vida… en la maraña de la existencia. El ser originario no sufre, quien sufre es el ser humano cargado de ego. Cargado de ilusiones, sueños y expectativas a las cuales se ata y si no logra desapegarse seguirá sufriendo. Eliminar o disminuir el sufrimiento requiere tiempo y dedicado trabajo sobre uno mismo, pero cuando se logra ver el apego, cuando se logra identificarlo  y  se trabaja en ello se puede evitar el sufrimiento.

La mente engaña: inventa, imagina, recrea, plantea situaciones no vividas como hechos reales y hasta arrastra a los límites de la locura.  Mantenerse sano y feliz es tener el poder de mantenerse al margen de este mundo del ser que se ata con nudos fuertes  como si hubiera decidido no escapar de las pesadillas y los miedos que  la vida presenta.

Sería bueno hacerse una serie de preguntas que quizás ayuden a alcanzar la felicidad: ¿Qué es la verdad para nosotros?, ¿en qué utilizamos este tiempo tan valioso que vivimos en la tierra?, ¿qué es la libertad y la felicidad?, ¿qué nos hace felices?  Para cada persona  las respuestas serán diferentes, sobre todo, porque la actitud y aptitud frente a la existencia tiene mucho que ver con el aspecto cognitivo y existencial de cada quien.

Pero a qué llamamos felicidad sino a que las cosas sucedan o sean tal como las deseamos, pero para un hombre sin carácter o de carácter débil hacer sencillamente lo que desea puede convertirse en un serio problema… Su vida se puede transformar en  un simple disfrutar de los placeres mundanos sin que ninguna otra cosa le preocupe.  ¡Serio problema, sin lugar a dudas!…

¡Cuán necesario es  desarrollar la fortaleza de la mente frente a las adversidades; el coraje para persistir en las buenas acciones hasta el final; la capacidad de abstenerse de las pasiones desenfrenadas moderando los apetitos del placer y  actuando  de acuerdo a la razón y la verdad: todo para ser capaces de ejercer a plenitud nuestro papel en el mundo. Para como bien nos aconseja Platón  guiarnos, en  primer lugar, por un intelecto dirigido hacia los grandes propósitos de la humanidad; en segundo, por la voluntad de hacer lo que se debe hacer por el bien de todos; luego, por emociones o sentimientos autocontrolados, y finalmente por una relación armoniosa con los demás. El filósofo nos ofrece el consejo preciso:¡Hacer lo que se debe por el bien de todos! Ese es el camino de la felicidad…

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