El camino de la modernidad

El camino de la modernidad

COSETTE ALVAREZ
Ya no es el nuevo camino. Ahora es “Leonel, el camino de la modernidad”. Ya tampoco son los peledeístas. Ahora todo se concentra en la figura presidencial. El Gallo Acosta: “Bombos y platillos con Leonel”. Euclides Sánchez: “Si en los Estados Unidos tuvieran un presidente como Leonel, en el mundo habría menos guerra y más progreso”. De ahí para allá. Quiere decir que la función oficial de los funcionarios es dar coba a su presidente. Y él, un hombre que fue a la escuela, dejándolos incluso festejarle diez años que no son, ni siquiera en términos de la alegada visión con que quisieron disfrazar el motivo.

Esto no resiste análisis. Sólo nos indica, claramente, las que nos esperan. La tan bien acogida medida del horario de salidas nocturnas ha conllevado una militarización del país que, no sé a ustedes, pero a mí me da grima. Porque estos militares paran a los ciudadanos por nada, para nada que no sea atemorizarnos.

Supe de un señor que amaneció en un destacamento porque, en horas de la noche, conducía un vehículo cuya matrícula no estaba a su nombre sino de su esposa. No le permitieron ejercer su derecho de llamar a alguien para aclarar algo a lo que faltaba demasiado para ser una infracción. Una noche salí, como a las nueve, a dar bola a una amiga, y entre su casa y la mía, fui mandada a parar dos veces, absolutamente para nada que no fuera hacerme decidir no salir más porque no aguanto esas humillaciones y mis responsabilidades me impiden provocar mi prisión o muerte, por heroicas que puedan resultar.

De día las cosas no son diferentes. Estuve por los campos de San Cristóbal y no fueron no uno ni dos los grupitos de uniformados mixtos que alcancé a ver mandando a parar conductores que no estaban cometiendo ninguna infracción. Por supuesto, en un momento me tocó el turno y me dijeron, no sin cierto dejo de amabilidad: “Siga, mamita, creíamos que era masculino”. ¿Con qué ánimo sale nadie a pasear?

“El gobierno anterior” que los programeros y articulistas gubernamentales no dejan de recordar cual cuco, las papeletas de diferentes denominaciones que tantos y tantos votantes aceptaron en las más recientes elecciones, los millones de dólares que circularon en el Congreso saliente en una jugada digna de mejor estudio de las sociopatías, todo eso y otras cosillas, han reforzado de mala manera la actitud peledeísta hacia todos nosotros, que nunca hemos valido nada en sus maravillosas mentes y más maravillosos corazones.

¿Han notado la cantidad de opinadores considerando que si el Gobierno hace caso al peledeísta arrepentido, peregrino de Dajabón puede desatarse una ola de peregrinaje? No hay mejor ejemplo. Un gobernante interesado en sus gobernados, ni lo deja salir de Dajabón con esa cruz: habría ido a alcanzarlo hasta allá. Pero no. Lo dejaron llegar y lo recibieron como a un mendigo impertinente. Tuvieron el tupé de admitir que las obras prometidas e iniciadas en su provincia están inconclusas, casualmente desde mayo, porque se les acabó el dinero, ése, no el del Metro, ni otros, como el de la Feria de los Diez Años. Y le ofrecieron un empleíto de quinta, como para que no moleste más. Lo manejaron con espantamoscas. Para que el show fuera completo, lo mandaron donde Cruz Jiminián. Nada al azar.

Para ilustrar un poco el camino de la modernidad, déjenme contarles que, a través de mi moderna computadora conectada al moderno servicio de red y con mi más moderna tarjeta de crédito, compré ropa interior para mí y mis dependientes en una oferta de almacén de los Estados Unidos, por valor de doscientos seis dólares. Pagué treinta y cinco dólares más por un envío expreso, de puerta a puerta.

Varios días después, recibí una llamada de la compañía transportadora preguntándome si los autorizaba a pagar los impuestos de Aduanas y les dije que me avisaran primero. Pasó una semana completa sin noticias, hasta que en Aduanas me dijeron que el tranque se debía a que los valores de la factura excedían los doscientos dólares y que esa compañía de envíos parecía no conocer las reglas o no respetaba los acuerdos. De todos modos, eso no me justificaba el tiempo transcurrido.

Luego, en la empresa de transportes, me explicaron que los empleados de Aduanas trabajan con gran lentitud porque no saben bregar con las computadoras, por lo que se atrasa mucho el proceso cada vez que cometen uno de sus demasiado frecuentes errores “tecnológicos”, no hablemos de las ausencias y las tardanzas de los empleados en su lugar de trabajo. El caso es que por fin me avisaron que por mi compra de doscientos seis dólares, debía pagar tres mil y pico de pesos de impuestos, casi cien dólares al cambio de ese día, casi el cincuenta por ciento, el cuarenta y pico largo del valor de mi compra.

Les dije que devolvieran la mercancía, envié un mensaje de disculpas a la tienda, perdí lo que pagué por el transporte (todavía no sé qué más, aparte del tiempo y los malos ratos) y, gracias a Dios, entendí muy bien por qué no aparecemos en las listas de entregas de tantos suplidores internacionales, incluyendo de libros. En eso estriba nuestra modernidad. Miren la cantidad de empresas de capital extranjero, multinacional, que se está retirando del país. Modernamente, nos estamos aislando. A los de mi edad para arriba, esas cosas nos dan terror pánico, nos traen muy malos recuerdos. Pero, e’p’alante que vamos.

¿Vieron la moderna explicación del Indotel al más moderno espionaje? Es tan pasional como los crímenes. Son los celosos y las celosas quienes hacen que nuestros mensajes, sean los que nos dejan grabados por teléfono o los que nos envían electrónicamente, nos lleguen a los tres o cuatro días, después de ser modernamente escuchados o leídos. Te la comiste, Varguita.

Por lo demás, cuando lo inviten a alguna actividad que cuente con la asistencia presidencial, tenga presente que el camino de la modernidad, el que debería gobernar en los Estados Unidos para que haya menos guerra y más progreso, llega tarde a todas partes, por cierto, con bombos y platillos.

Nota: Dos días después de haber mandado este artículo al periódico, recibí respuesta a mi llamada de mi amiga Victoria Zeller, mano derecha de mi también amigo Miguel Cocco. Asombradísima del monto que me estaban cobrando, me aseguró que se trataba de un error, pues sí se paga, pero una suma ínfima. Originalmente, eso mismo me habían dicho los transportistas: que se pagaba un cero punto cuatro por ciento, que habría pagado con gusto, pero del tiro me exoneraron del pago, así que ¡muchas gracias!

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