La palabra resiliencia proviene del latín “resilio”, “resalire” y significa “volver atrás, rebotar”. El término se emplea en metalurgia para designar la capacidad maleable de algunos metales, que los vuelve flexibles, y de esta forma no solo pueden regresar a su estado original luego de ser sometidos a fuertes temperaturas y presiones, sino que pueden adoptar cualquier forma posible.
Las ciencias sociales adoptaron el término para referirse, metafóricamente, a aquellas personas que, a pesar de haber experimentado situaciones de precariedad, muchas veces dolorosas e incluso traumáticas, pudieron trascenderlas de manera favorable.
El resultado de la resiliencia es lograr transformar el dolor, y la definen como una especie de adaptación y ajuste positivo con el cual poder seguir adelante de una manera funcional y productiva.
El concepto ha cambiado desde la década de los 60, cuando se le consideraba como un recurso innato de todos los seres humanos; sin embargo, las evidencias demuestran que los factores socio-familiares y culturales desempeñan un papel determinante en el desarrollo de la resiliencia, entendiendo así, que la misma se construye. A pesar de esto, es considerada una respuesta habitual, bastante frecuente y posible, cuando las condiciones lo permiten, y no de algo extraordinario que pudiera ocurrirle solo a unos cuantos.
Boris Cyrulnik, uno de los principales autores que han estudiado el tema de la resiliencia, plantea que existe la posibilidad de elegir entre permanecer heridos emocionalmente viviendo la experiencia como víctimas, o seguir adelante.
Las claves de la resiliencia residen, según este autor, en los vínculos, la solidaridad, y el afecto. Por más grave que sea el sufrimiento, la psique es flexible, y con “el contacto humano, el entendimiento y la palabra, se puede volver a flote”.
Considera que recibir protección y seguridad durante la infancia es la zapata; más tarde los niños se expresan a través del juego y la fantasía, creando un mundo mágico donde todo es posible; los dibujos y las mímicas son las representaciones simbólicas con las que el niño comunica su mundo interno, más tarde se desarrollará la palabra que será nuestro puente de la comunicación.
La resiliencia y los traumas no tiene fronteras de nacionalidad, condición socio-económica ni edad tope; Cyrulnik, quien labora en el Hospital de Tolón, donde es responsable del equipo de investigación y afirma que “hasta los 120 años estamos trabajando con mayores enfermos de Alzheimer que olvidan las palabras, pero no los afectos, los gestos, ni la música”.
Un aspecto determinante al momento del trauma, es quién nos agrede; cuando el agresor es lejano, Cyrulnik habla de su propia experiencia, lo que vivió cuando Francia fue atacada por Alemania.
Relata que el dolor fue profundo, pero se trataba de un agresor distante y entiende que en estos casos resulta un poco más fácil volver a la vida. Sin embargo, cuando la persona que nos agrede, que nos lastima, es alguien cercano, de nuestra confianza, el trauma es devastador, y mucho más difícil de sobrepasar.
Lamentablemente una gran parte de los casos de traumas que llegan a la consulta diariamente involucran agresión sexual, violencia conyugal, maltrato psicológico o emocional, y han sido perpetrados por seres cercanos y queridos por sus víctimas.
El impacto no será siempre igual, y dependerá -como se mencionó antes- de la forma en la que se tejieron los vínculos afectivos en la infancia.
LAS CLAVES
La semilla de la resiliencia se encuentra latente dentro de cada uno de nosotros, y logrará germinar cuando los seres humanos en situaciones de vulnerabilidad puedan recibir asistencia temprana, de la manera adecuada.
Las evidencias demuestran que los factores socio-familiares y culturales desempeñan un papel determinante en el desarrollo de la resiliencia, entendiendo así, que la misma se construye. La resiliencia y los traumas no tiene fronteras de nacionalidad, condición socio-económica ni edad tope.
El psiquiatra francés Boris Cyrulnik, del Hospital de Tolón, afirma que, trabajan con personas mayores enfermos de Alzheimer, que olvidan las palabras, pero no los afectos, los gestos, ni la música.