Así como el ser humano atraviesa por diferentes etapas durante su desarrollo, el matrimonio también experimenta diferentes etapas desde el día en que la pareja se une hasta el día en que la muerte los separe, o el matrimonio termine por circunstancias ajenas a su voluntad.
Esta relación matrimonial inevitablemente pasará por valles y montes emocionales, así como por períodos de malentendidos que causarán disímiles reacciones en ambos. Y es en esta etapa cuando la pareja empieza a trazar el mapa que los llevará al éxito o al fracaso en su relación matrimonial.
Todos tenemos hábitos y costumbres que a nuestro parecer son muy normales, pues los hacemos de una manera automática y subconsciente. Algunos hábitos son buenos, otros malos, pero sean cuales sean, la mayoría podrán causar conflicto con el cónyuge. Cómo reaccionamos a todo esto afecta nuestro gozo matrimonial. Un hábito desagradable pronto puede llegar a ser muy enfadoso. Es importante encontrar la solución a este dilema lo más pronto posible o empezarán a reaccionar mal.
La pareja puede progresar si mantiene abierto el diálogo, acepta las diferencias y aprovecha las riquezas de recursos que éstas suponen. Si se realizan bien las tareas, la pareja: será capaz de reconocer y aceptar sus fuerzas y limitaciones como persona y como pareja. Será capaz de encontrar sentido de su individualidad dentro de la relación, resolviendo los problemas de independencia dentro y no fuera del matrimonio.
El matrimonio avanzará por el camino de la apertura, la sinceridad, la autenticidad y el respeto mutuo, posibilitando más cercanía afectiva, siempre y cuando no se esconda ni el propio yo ni las inseguridades. El peligro está en los conflictos propios no resueltos que puedan seguir existiendo. Por eso, es vital reconocer estas limitaciones personales y el influjo que tienen en el modo de ser propio. La tarea en esta etapa del matrimonio es simple y sin embargo, extraordinariamente dificultosa: persista en el amor aunque la realidad lo golpee.
Es el momento de aprovechar los desacuerdos y conflictos para conocerse mejor y aprender a afrontarlos y resolverlos mediante el diálogo. Comunicarse con más facilidad y colaborar cada vez mejor. Expresar los enfados sin que sea una amenaza para la relación o para la persona. Manifestar necesidades y deseos abiertamente y con franqueza. Mantener la identidad personal de cada uno dentro de la relación. Tener en cuenta las necesidades y deseos del otro; y siempre estar bien asentados en la realidad, para poder lograr un alto grado de confianza, amor y respeto.
Los hijos ciertamente cambian el matrimonio. Se puede ver que la añadidura de otro miembro traerá roces al multiplicar las combinaciones posibles. La mamá hace de mamá, pero a veces también tiene que hacer de papá y a la inversa. Además está la vida privada e individual de cada adulto, trabajo, el mundo fuera de casa y la de los dos como pareja sexualmente unida. Al incluir un hijo se multiplican en forma potencial las posibilidades de fricción; la mayoría de las familias tienen más de uno, todos interactuando en una multitud de papeles, eso significa más posibilidades de discrepancias, luchas, desacuerdos, etc.
La negociación entre los padres es lo único que revelará los pensamientos y preferencias del uno y del otro. A medida que el problema se arregla, cada uno llega a conocer un poco más al otro.
Las parejas andan siempre de prisa, persiguiendo metas, ganándose el sustento, criando hijos, tratando de pagar la casa o el auto, o sencillamente la comida diaria. El mismo oleaje que los lleva hacia adelante también les quita el brillo a todos sus sueños.
Es por esto que, sin lugar a dudas, para que funcione, el matrimonio requiere tiempo y esfuerzo, las dos exigencias cuya provisión es muy escasa en estos tiempos en que la vida es tan ajetreada.