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Después de la liquidación de la tiranía de Trujillo por el grupo de valientes que lo ajusticiaron, la República Dominicana ha experimentado el cambio más extraordinario y profundo de toda su historia. Este cambio no sólo se ha producido como un hecho único, sino como una sucesión de acontecimientos y actos que han ido lenta pero de una manera sistemática cambiando un orden que hacía pensar a todos los dominicanos que era inconmovible.
Las ciudades y poblados dominicanos como consecuencia de su transformación han aumentado de población desmesuradamente, surgiendo barriadas impersonales y desconocidas sin ningún criterio urbanístico, debido a la migración campesina hacia los grandes centros urbanos, los que solo tuvieron atención en lo relativo al gigantismo, durante los doce años del Dr. Balaguer, el cual organizó dentro de las posibilidades económicas de la nación, el desarrollo presente y futuro de los principales núcleos urbanos de la República, unas veces reemplazando los tradicionales marcos municipales y otras veces ejecutando proyectos que constituyen hoy en día la espina dorsal de las nuevas barriadas dominicana, haciendo adaptaciones que han beneficiado el transito, el paisajismo y el desarrollo comunitario, pero a pesar de toda esa labor de construcción y de cirugía urbana, las ciudades han ido individualizando a sus habitantes.
Este cuadro que presentamos de nuestra nueva sociedad trae implícito también una nueva identidad cultural que exige ser retratada socialmente y lo hace principalmente a través de la música, teatro y otras formas de comunicación como la televisión y la radio y el reemplazo de nuestras viejas tradiciones y el folklore, que definen claramente gran parte del cambio que se ha producido y viene produciéndose año tras año.