El cansancio de los puentes

El cansancio de los puentes

HAMLET HERMANN
Qué pudo haber provocado el espectacular desplome de un puente en la ciudad de Minneapolis, Estados Unidos. De primer momento, la política del miedo elaborada desde la Casa Blanca hizo que muchos pensaran en el fantasma del terrorismo. Otros supusieron un terremoto o un “palo de agua” del magnífico río Mississippi. Pero, oh desilusión. Esa mole de acero y hormigón se hizo añicos sin que algo o alguien “le pusiera la mano”.

Cayó por cansancio. Sí, así mismo, por fatiga, como le llaman los ingenieros. La estructura, que había soportado una transitada autopista durante cuarenta años, dijo basta y, cual fichas de dominó, cedió desde un extremo hasta el otro.

 La mayoría de las personas cree que el destino de un puente es inconmovible desde que se construye. Craso error porque la puesta en uso es apenas el principio del fin. Allí empieza un proceso del cual ninguna obra puede escapar. Por los puentes circulan millones de vehículos impactando el pavimento a velocidades diversas. De la misma manera los cambios de temperatura provocan rozamientos y presiones entre clavos, tornillos, empalmes, columnas y vigas, no importa el material de que se trate. Los vientos soplan y llevan consigo un salitre que oxida o una contaminación ambiental que deteriora hasta el pensamiento. Esos efectos son acumulativos y permanentes.

El proceso de deterioro se parece mucho a las zancadas de un corredor de maratón. Estos largos pasos van produciendo cansancio, el cual se hace más notorio en la medida que la distancia de la competencia se extiende. En la medida que el atleta consume el agua y los nutrientes sin poder reponer las energías perdidas, el agotamiento empieza a manifestarse. La respiración se hace dificultosa y frena los esfuerzos del organismo para responder a los reclamos del corredor que ansía la victoria.

Y algo parecido a la fatiga del corredor derribó el puente sobre el río Mississippi sin que ningún esfuerzo o impacto hubiera actuado sobre éste. El cansancio estructural dijo basta, lo desplomó y arrastró personas y vehículos al tiempo que desarticulaba la comunicación terrestre en una amplia zona de las ciudades mellizas.

A los dominicanos debe surgirnos entonces la pregunta: ¿no se cansan los puentes construidos bajo el “grado a grado” por todo el territorio nacional? ¿Hasta cuándo estarán estos capacitados para seguir aguantando “jíbriga” 24 horas al día, siete días a la semana? Porque debía ser preocupación de todos el riesgo al que está expuesto cuando se circula por puentes en República Dominicana, construcciones estas a las que nunca se les han preservado sus estructuras de soporte.

De acuerdo con las normas de la ingeniería, ninguno de los puentes que vinculan la capital de la República con el resto del país puede considerarse como apto para una circulación exenta de riesgos. El puente sobre el río Ozama por la calle Padre Castellanos se cae a pedazos día a día y, a veces, sólo remiendos recibe. El “presidente Troncoso”, el “Duarte” y el “Juan Bosch” entran dentro de la categoría de peligro público por la inseguridad generalizada, no sólo en el aspecto estructural sino también en el de la circulación. Y si consideramos los puentes menores que en el interior del país son arrastrados por las lluvias y nunca sustituidos, entenderemos por qué son los propios vecinos del área quienes tienen que improvisar aparejos de palos y sogas para poder cruzar entre orillas.

Tres años atrás me tocó proponer una política de mantenimiento de puentes en todo el país para que no tuviéramos que lamentar lo que los estadounidenses están padeciendo ahora. Pero nuestros políticos gobernantes hacen caso omiso a ese tipo de recomendaciones. Ellos prefieren que se desplome un puente antes que darle mantenimiento. Justifican así la construcción de uno nuevo a través del cual se obtienen jugosas comisiones para los funcionarios por concepto de los préstamos y los manejos financieros que se estilan. Eso para no mencionar la permanente campaña electoral que pondría en lugar destacado una placa con el nombre del Presidente de la República.

La negligencia oficial hace que el problema de los puentes haya adquirido dimensiones de peligro permanente. Por eso, desde el borde del abismo, gritan desaforados: es p’alante que vamos.

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