El capitalismo del desastre

El capitalismo del desastre

EDUARDO JORGE PRATS
Palpar por los medios la tragedia de quienes  desde el barrio Moscú en San Cristóbal hasta Bonao, desde San Juan hasta la ribera del Ozama, a lo largo y ancho de la República  perdieron sus familiares, sus casas y sus pertenencias a consecuencia de las aguas de la tormenta Noel, convence a cualquiera de la importancia de la «procura existencial» como finalidad esencial del Estado Social.

El Estado debe garantizar hoy, mucho más que en el siglo XX, que cada individuo, incapaz de sostenerse por sí mismo, pueda acceder a los bienes y servicios sociales básicos. Porque tanto pobres como ricos somos todos, en una u otra medida, menesterosos sociales, aunque es innegable que los desastres naturales golpean con más fuerza y dureza a los más pobres y vulnerables en nuestras sociedades.

Pero la realidad es que lo que emerge es aquello que Naomi Klein ha denominado el «capitalismo del desastre». Un capitalismo que se nutre de las penurias de sus víctimas, que aprovecha el shock de los desastres naturales para imponer su lógica salvaje de mercado sobre las personas, las colectividades y sus bienes comunes. Algunos afirmarán, sin embargo, que esto no es nuevo. Que el pecado original del capitalismo siempre ha sido estar basado en el robo de la propiedad comunal, en la extorsión y la violencia. Sin embargo, la cuestión hoy no es que todos somos menesterosos sino que todos somos «excedentarios» o «prescindibles». Como bien señala Samir Amin:

«Hemos llegado al punto de que la mayor parte de la población del globo se ha vuelto «superflua» para las necesidades del capital. Con ayuda de la revolución demográfica (…), la desintegración de los mundos rurales bajo el efecto del «mercado» asociado a formas de industrialización incapaces de absorber a los pauperizados que fluían desde las aldeas, el capitalismo nos prepara un «planeta de asentamientos urbanos miserables» que dentro de dos décadas tendrá veinticinco megapolos de siete a veinticinco millones de habitantes apiñados, pauperizados y sin perspectivas».

      Ante esta situación, ¿qué hacer? Gandhi contesta: ?Para mí, la Constitución económica de la India y, por ende, del mundo debería ser de tal modo que nadie que estuviera bajo su jurisdicción sufriera escasez en la comida ni en el vestir. Dicho de otro modo, todo el mundo debería tener la posibilidad de desempeñar el trabajo suficiente que le permita llegar a fin de mes?. ¿Cómo se logra esto? La respuesta a esta cuestión es y solo puede ser la de que el Estado debe asumir, a través de una adecuada distribución del gasto público, la garantía y promoción de los derechos sociales de todos. Sin esta inversión social en la garantía de los mínimos vitales, podrá haber crecimiento económico pero no desarrollo sostenido y sostenible.

¿Puede un Estado «pobre» asumir estas cargas sociales? Sí. De lo que se trata no es de gastar más sino de distribuir justa, equitativa y eficientemente los mismos ingresos que hoy se dilapidan en corrupción, obras de relumbrón, clientelismo y pura ineficiencia gubernamental. ¿Significa esto rechazar la economía de mercado como pretenden los defensores del capitalismo salvaje? No. Significa sencillamente construir una sociedad de ciudadanos dignos, iguales en derechos, capaces de participar en la democracia, la sociedad y el mercado. Esto pasa necesariamente por el reconocimiento del derecho social más importante: el derecho a una renta básica que, al tiempo que asegura un mínimo vital en una época de desempleo estructural, permite garantizar un capital mínimo a las personas que les posibilita participar igualitariamente en la economía de mercado.

¿Es posible lograr este Estado Social en un solo país? Es obvio que se requiere un «frente para la justicia social e internacional», una Constitución social mundial, pero este frente ni esta Constitución serán posibles sin soluciones nacionales. ¿Es esto socialismo? Claro que no: «el socialismo no es más que la transformación estatalista del capitalismo» (Negri). ¿Es esto ser de izquierda? Sí. Una izquierda que sabe que el mercado dejado a su pura lógica nos lleva al verdadero desastre del capitalismo. Una izquierda reconciliada con la globalización de los mercados pero que no se come el cuento de que la búsqueda de la justicia social impide la eficiencia económica.

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