El capitalismo oligárquico dominicano

El capitalismo oligárquico dominicano

ROSARIO ESPINAL
Desde el surgimiento de la sociedad moderna se han debatido en la teoría y en las luchas políticas diversas nociones acerca del bien y el mal del capitalismo. El mercado como espacio de generación de riqueza es uno de sus atributos; la explotación de la mano de obra constituye, sin embargo, su mancha indeleble. En los últimos 150 años la economía mundial ha experimentado una gran expansión capitalista y al inicio de este siglo, en vez de desaparecer, el sistema parece haber resurgido con más bríos.

Sólo China bastará para escribir nuevos tratados sobre el desarrollo del capitalismo a principios del siglo XXI.

Por esta razón, es pertinente reflexionar sobre las modalidades del sistema capitalista en cada país para comprender las formas de organización de las relaciones económicas y políticas, y visualizar cambios posibles.

Una de las transformaciones más importantes de las sociedades capitalistas desarrolladas hacia mediados del siglo XX fue la incorporación de demandas públicas que extendieron beneficios socioeconómicos a amplios sectores de la ciudadanía. En los países más industrializados, con estados democráticos y burocracias eficientes, se mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de los trabajadores a través de mejores salarios y servicios públicos. Se expandió la clase media y se consolidó una burguesía que aumentó sus ganancias no tanto por la sobreexplotación de la mano de obra, sino por un aumento en la productividad y la modernización tecnológica. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón tipificaron este tipo de capitalismo.

En los llamados países subdesarrollados, en vías de desarrollo, luego dependiente y ahora globalizados, como es el caso de Republica Dominicana, la situación es diferente: Ni el mercado ni el Estado han cumplido con su cometido de aumentar significativamente la producción de riqueza y mejorar su distribución. Ha predominado un capitalismo oligárquico, donde un pequeño grupo empresarial controla la mayor parte de la riqueza.

El obstáculo inicial para la expansión capitalista en estos países fue la carencia de una revolución liberal que transformara la clase terrateniente, obligándola a producir más y mejor, para con el excedente apoyar la transformación industrial. El capitalismo agrario perduró con atraso tecnológico y social.

Con un sector agrario rezagado, la industrialización tardía se impulsó mediante un fuerte proteccionismo estatal en perjuicio de los sectores de menores ingresos. Las leyes de incentivos fiscales, cambiarios y salariales constituyeron el paquete de generosa ayuda pública al incipiente empresariado industrial, beneficiándose fundamentalmente las grandes empresas familiares o el capital transnacional. Este modelo de incentivos empresariales se aplicó también a otras áreas de la economía, dejando poco margen para avanzar una agenda pública a favor de la mayoría de la población.

Esta alianza empresarial-gubernamental con amplios subsidios públicos ha provocado en República Dominicana una alta concentración del capital nacional y transnacional, con los empresarios nacionales anclados fundamentalmente en la industria, la banca y el comercio, y el capital transnacional en el agro de exportación, las zonas francas, el turismo y las comunicaciones.

Durante los últimos 40 años estos grupos económicos han incidido de manera determinante en el diseño de políticas económicas proteccionistas que les benefician y han sido co-partícipes de la corrupción pública vía la evasión fiscal, el contrabando y las prebendas, imposibilitando el desarrollo de una economía más competitiva, eficiente y distributiva.

Incapacitada o indispuesta para desarticular este capitalismo oligárquico e impulsar un Estado-Nación de cobertura y textura más democrática, la clase política dominicana, que se aloja en sus coloridos (aunque cada vez más desteñidos) partidos políticos, ha optado por desfalcar sistemáticamente al Estado con el fin de construir su propia base económica y consolidar su poder político.

Así, la corrupción y el clientelismo han sido herramientas básicas de los políticos dominicanos para acumular capital y establecer su relación de poder con el empresariado y la población. Como resultado, en el país no se ha forjado una burocracia estatal que se interese más por el Estado como ente organizador del desarrollo capitalista, y menos por la utilización del gobierno como espacio para la corrupción y la manipulación.

Ha sido una estrategia acomodaticia y conservadora de los políticos dominicanos para preservar sus beneficios y los de la oligarquía empresarial, pero que resulta altamente negativa para la mayoría de la población que permanece sin acceso adecuado a los bienes y servicios más fundamentales.

La transferencia de muchos recursos públicos para el beneficio de políticos y empresarios también ha contribuido a producir las recurrentes crisis fiscales del Estado Dominicano, que se resuelven temporalmente con más endeudamiento. Pero cuando el sistema económico enciende la luz roja porque las deudas son excesivas, se imponen medidas restrictivas que empobrecen más a la ciudadanía.

Es hora de que los políticos y empresarios dominicanos entiendan las urgencias de cambiar este curso de la historia y que la ciudadanía se convierta en un ente más activo y eficaz de transformación social.

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