El capitán y nuestro barco

El capitán y nuestro barco

DIÓGENES VALDEZ
Me agrada mucho pensar que la República Dominicana es un navío que ha tirado sus anclas de manera permanente en la frontera que divide el Mar Caribe y el Océano Atlántico, cuyo destino final es un puerto donde el progreso y el bienestar esperan a todos los que viajamos dentro de él, ya sea en calidad de tripulantes o de simples pasajeros.

Un compromiso ineludible que contraemos al abordar dicho barco, es prestar a la tripulación toda la colaboración posible para que dicha nave no zozobre.

Se entiende por tanto, que estamos obligados, aún sin que se nos solicite, a ofrecer nuestro concurso al capitán de dicho barco, porque su fracaso sería la perdición, tanto de los tripulantes, como de los pasajeros.

Es necesario por tanto, no desacatar las órdenes de aquél que tiene el timón en sus manos, ni sabotear las medidas que hacen posible que la nave avance dentro del proceloso mar de las dificultades. Ni hacer agujeros en su estructura para que éste se llene de agua y se hunda, tan sólo por tener en el centro del paladar, el pírrico sabor de saber que alguien más une su nombre a una larga lista de fracasos (o fracasados).

El verdadero sabotaje a este barco-nación tiene un nombre, y se llama “corrupción”. Históricamente, éste (nuestro) barco ha estado lleno de saboteadores y tal vez, sea este el momento propicio para que en su derrotero hacia el progreso, haga una escala técnica en el puerto de “Najayo”, y desembarque allá algunos malos pasajeros y peores tripulantes, aunque sabemos de antemano, que Najayo se encuentra lejos del mar.

Tomando prestado el título a una de las más apasionantes novelas de Ernest Hemingway, no podemos permitir que nuestra nación continúe siendo una isla a la deriva. En ese viaje al futuro promisorio que nos tiene reservado la Historia, debemos hacer todos los esfuerzos posibles para que la nave donde todos viajamos llegue segura y presta a todos aquellos puertos en los que está obligada a recalar, y que no han de ser otros que los del bienestar social, la paz ciudadana y el progreso en todos los órdenes.

Esta “isla/barco”, no tiene un dueño exclusivo, es, si se quiere, una compañía por acciones en la que para no hundirnos en el caos, ni en la anarquía, hemos elegido de entre nuestros ciudadano, al que hemos creído más capaz. Sólo el tiempo futuro habrá de decirnos si supimos elegir bien a “nuestro capitán”, o si en cambio, como ha sucedido en múltiples ocasiones, hemos vuelto a equivocarnos. Mientras tanto, démosle a quien lleva la brújula y el timón de nuestra embarcación, la oportunidad de enfrentar con éxito, el mar de leva que azota nuestras vidas, y nuestra economía.

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