El perfil de una mayoría considerable de los políticos dominicanos es uno que se caracteriza por la astucia, las artimañas y por un gran número de habilidades.
Llegar al poder es una meta que los convierte en seres capaces de hacer lo que sea con tal de lograrlo.
Consideran como adversarios a todos los que coinciden con sus mismas aspiraciones y a quienes buscan neutralizar valiéndose, mayormente, de argumentos perniciosos como la calumnia, la mentira, la infamia y el descrédito.
La simpatía del pueblo es algo que tratan de conquistar mediante gestos corporales muy distantes a lo que realmente hay en el corazón.
Caminar por los lugares olvidados y hacer contacto con los golpeados por la miseria interminable es sólo hasta lograr lo que ambicionan desesperadamente.
En el ejercicio mismo del poder no son capaces de cumplir en lo más mínimo con el gran cúmulo y despliegue de promesas que en época de campaña presentaron de forma desbordada como oferta y panacea a los problemas que afectan a un pueblo que nunca termina de sufrir.
Aunque es poco lo que solucionan, es sumamente alto el precio que por ellos se debe pagar.
¿Qué le depara a un país dirigido por individuos de carácter dudoso?
Ciertamente que no se ha de esperar muchas cosas buenas en una sociedad dirigida por líderes que usan como recurso de ascenso la mentira, el engaño, la falsedad, la hipocresía y la ambición desbocada. Hay que implorar al Todopoderoso porque se detenga la maquinaria de lo malo.
Anhelamos ver el día en que las instituciones y todo el Estado sean conducidos por gente sana, de carácter limpio, de grandes valores, de actitud noble, de alto sentido humanitario, de transparencia y de una gran consagración al bien.